sábado, 12 de junio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo octavo nocturno

La cola del barrilete se enreda en el almanaque cuando los días se amalgaman, por semanas fundidas, en meses mezclados de años. Y no es caprichoso... Tiene que ser así. La estrella de flecos zumbadores debe cabecear, girar y tirar del hilo hasta que la piola se corte... ¡Sí...! Eso, no tiene discusión.
Cómo vas a preguntarme ¿por qué?
Acaso, ¿no sabés que el barrilete es un sueño de pibes?
¡Claro, amigo mío, como las ilusiones...! Y entendélo viejo... Una ilusión, aunque se pierda y más no sea, te salva.
No sé por qué tengo que explicarte todo.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo séptimo nocturno

Violines ausentes...
Desafinados…
La manzanilla salvaje sacudida por el viento arroja su aliento, de corola amarilla, sobre los tréboles de la barranca y el violín envuelve con su niebla de seda un nocturno de Chopin y alguna que otra romanza sin palabras de Mendhelson. Después una cuerda se desata desafinada por un arco gastado de luces de estrellas... De soles, tan ausentes de tiempo como de brillo... De astros, trenzados en camalotes, teñidos de rojo seibo, flotando entre los canales que abren las raíces leñosas del ñandubay. Murmullo de arroyo...
¡Qué extraña pintura, ¿no?!
¡¡¡Aunque; no tan extraña, ¿eh?!!!
Es la pintura de la ciudad que me vio crecer, y más…

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo sexto nocturno

La vida. Un plagio del arte. Decoraciones ideales. Obras imaginativas donde la existencia se hechiza, metiéndose en el interior de la belleza, para crearse de nuevo.
La niñez. Eso que logra hacerse indiferente a los hechos. Inventando, soñando e imaginando.
La adultez. Días confusos. Épocas en que existir se convierte en un brusco giro apoderándose del arte, ahogándolo en un tirabuzón de engaños, sumergiéndolo en el pecaminoso desierto de las flaquezas humanas...
Desaparición de las ilusiones. Aprender que la naturaleza en lugar de ser el todo que nos creó, más bien es el fruto de nuestra propia creación. La vida, simplemente se despierta en nuestro cerebro y las cosas terminan siendo miradas sin verlas cuando el ser no descubre la belleza. El hombre existe sólo si en sí conserva un hálito de niño.

jueves, 3 de junio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo quinto nocturno


A veces me da por mirar la vieja, amarilla y ajada fotografía donde éramos tantos y faltaban muchos... A veces me da por recostar en mi pecho la vieja, amarilla y ajada fotografía en la que hace mucho rato éramos todos los que se han ido. Mentiría si les dijera que siempre están sobre el piano. En realidad los escondo en la banqueta para que canten, desde la profundidad de esa entraña, nuestras viejas canciones cuando desarrugo mis manos sobre el amarillento teclado.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo cuarto nocturno

Personalidad. Algo misterioso. Que nace de la profundidad del alma. Que a cuentagotas hace que nos estimen. Aunque, no siempre nos sentimos realizados por lo que hacemos. Nos perdemos en un horizonte de cosas. Un arco iris en blanco y negro. Confuso.
Una gran disyuntiva. ¿Por qué guardarle tanto respeto a las leyes? Ellas, ¿son hechas realmente para el hombre común? Los hombres, ¿son partícipes de esas leyes? ¿No será todo una mera necesidad inventada en cada época?
¡Guardar respeto a las leyes, careciendo del respeto merecido por otros hombres! Porque hay muchos de esos que, quebrantando el orden, son considerados grandes personas. Temerariamente, seres humanos de primera.
La sociedad rotula injustamente. Hay gente considerada mala, sin haberlo sido jamás. La conciencia crece, tanto como lo hacen las flores, viviendo en plena disputa con el ser. Esta incrementa la sabiduría. Hasta nos llega a hacer sentir desposeídos. Pero por ella tenemos todo. Nada más ni nada menos que todo lo que somos. Esa es la ley. La única ley de la vida. Todo lo otro son palabras fríamente escritas en un hediondo papel sin conciencia.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo tercer nocturno

Las sepias, cansadas de esperar dentro de una bolsa de residuos, son las cenizas de las épocas que pasaron. Son las poesías dormidas en un libro viejo. Poemas que nadie lee porque se los piensa pasados de estilo y moda. ¿Nadie pudo pensar que en esas hojas amarilleadas se guardaron susurros y voces, romances y suspiros escondidos en palabras de amor? ¿Nadie pudo pensar que hubo lágrimas evaporadas y aprisionadas entre el silencio de esas páginas? Pero, claro, ¡qué va!, si los escribió aquél loco y flaco poeta de mi pueblo que vivió toda la vida rodeado de vecinos que, por hacer fortuna, no tenían nada de bohemios.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo segundo nocturno

Arte. Eso que, revelado en plenitud, oculta al artista. Justificación de un medio para lograr el fin. De una obra. Grande o pequeña. Extensa o corta. Moral o inmoral. Bien o mal hecha. Así de simple.
Pensar. Crear. Instrumentos del arte.
El hombre. Una obra en sí. Mediocremente perfecto. Lleva oculto en él a sus artesanos... Se pertenece. Figura y alma. Pequeño o grande. Bueno o malo. Moralmente sano o inmoral. Que crece, o no, en su medio. Física, intelectual y espontáneamente. Él es. Nada más, ni nada menos que eso.
Existen libros escritos en papel de descarte. Pueden estar grabados en oro y decir exactamente lo mismo. El error se encuentra en guardar lo lujosamente vacío y tirar lo vulgarmente fabuloso. Así se pierden grandes obras. Muere el orden de la Creación. Se castra al arte.
Con Descartes, aún nos enriquecemos... Pero él es polvo. Las obras deben valorarse en vida de los hombres porque cuando acecha la muerte, aunque el arte no fallezca, desaparece el ser, el artista. Su calor se disipa en el espacio. Se congela el medio. El ambiente. Entonces...
...Quizás apenas queden soberbios escritos. Magistrales ideas. Grandiosos libros... Apenas, una comunión con el suelo. Con la profundidad de la tierra.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo primer nocturno

Mi tiempo se esconde en los brotes de los árboles cada vez que llega la primavera para no hacerme olvidar que, ni por un solo instante, dejaste de ser una fábrica introvertida de sueños. Acaso, ¿la esencia de tus fantasías la depositaron equivocadamente en tu cuna? ¿Cómo podés seguir confundida, y escondiendo tus sentimientos enajenadamente a las moléculas de tu cuerpo?... Decidíte y sé sincera... Decíme que me amás, porque si tu silencio pasa de esta primavera, será demasiado tarde.