viernes, 30 de octubre de 2009

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuarto Nocturno

El último nocturno que leí en el consultorio de mi terapeuta, una especie de nocturno, en clave de ausencia, fue uno de esos que escriben los que seguramente saben hacer bien las cuentas morales cuando las ecuaciones sentimentales no le cierran. Quizás no debiera contarlo, aunque es parte de la indiscreción universal; y, ¿quién saben quién soy yo?... supongo que después de escribirlo, él o ella, le contó esa historia rara a la pobre terapeuta... ¡la pobre terapeuta!, realmente, más agotada de escuchar esos cuentos que de analizar complejos y bajas autoestimas... Supongo que este creador de nocturnos pensó el asunto y lo apuntó momentos antes de entrar al cuarto del consultorio y lo dejó olvidado en el revistero. Claro que, como de costumbre, la sala de espera estaba vacía y eso de no verse nunca con nadie resulta más que misterioso... En fin; yo supuse que lo escribió una muchacha por lo perfecto que cerraba... Como dije, en mi casa todas las formas de cuentas, infaliblemente, las hace mi mujer porque eso es algo que tienen de bueno las mujeres... por eso elegí hacer terapia con una psicóloga que, incluso, vaya la redundancia, cierra siempre mis hipótesis. Soy consciente de que las incógnitas, cualquiera sea su naturaleza, nunca las resuelvo por mí mismo... ¿no será por eso que nunca termino con mi terapia? La próxima sesión podría escribir un nocturno y dejarlo en el revistero, en una de esas... quién sabe, ¿no?, podría ser que me atienda a horario y una ínfima parte de mi vida se resuelva por sí sola...

martes, 27 de octubre de 2009

Nocturnos, en clave de ausencia

Tercer Nocturno

Cuando el poniente avanza arrastrando cúmulos nimbos plomizos y la luna nace oval, translúcida y plúmbea; cuentan los contadores de historias vanidosas que las vetas del cielo occidental envuelven las ciudades con soplos fantasmales que se parecen a los vientos. Aunque; los narradores más humildes piensan que el selenio que se amalgama con el plomo para formar aleaciones dúctiles, más que maleables, se transforma en ese tipo de lluvia que hace globitos en los charcos… charcos que duermen tranquilos en las aceras, inflamados y llenos, vaya uno a saber con qué tipos de pensamientos. Yo; no sé a quienes creerles, porque soy cuentista de nacimiento y tengo, por temporadas, poco de unos y algo más de otros... aunque, es curioso; jamás pude saber si en el interior agrisado del canuto de mi pluma se almacenan más cosas de selenitas que de mentirosos.

viernes, 23 de octubre de 2009

Nocturnos, en clave de ausencia

Primer Nocturno

Los nocturnos de Chopin, en la profundidad de la noche, se escapan, desde el edificio de departamentos, hacia los plátanos de la plaza.
Al bochorno, las farolas dan su tenue luz haciendo penumbras y sombras al compás del teclado. Cadencioso; el vaivén rápido de un trino endulza el ambiente. Hay dos que se aman intensamente cuando los dedos del pianista, que los presiente, penetran con fuerza las teclas. El pájaro, que vive en las hojas de una palmera, con su pico le hiere las piernas al Romeo que escapa del nocturno; y un borracho duerme, la paz áspera del alcohol, oculto entre las sombras de la escalinata enhebrada en la puerta cerrada de una centenaria iglesia...
Después de todo, ¿cuál es el misterio...? ¿Dónde se aloja el pecado...? Cada cual busca el placer donde otros no lo averiguan... Digamos, que hay dos haciendo el amor; otro durmiendo el sueño del vino; el músico insomne ejecutando nocturnos de Chopin afinados en su sordera y el pájaro creyendo que es la mañana, simplemente, porque es ciego.

Segundo Nocturno

Camino las calles del barrio en el que hoy vive ella mientras su cuerpo descansa acurrucado en la desnudez del sueño mañanero. Duerme, supongo, recostada en el mullido don de los años idos. Mañana, sí mañana, ¿por qué no?... mañana probaré si en realidad estoy tan viejo como algunos creen... caminaré por su barrio de antaño pensando en ¿cómo era ella?... y, si la presiento despierta, podré gozarla como lo hacía... y si el piso tiembla tras la descarga de mi médula quedará demostrado que ninguno de los dos estamos tan viejos... aunque, hay un problema. ¡Sí!, el dilema es que no puedo recordar en qué barrio vivía.