domingo, 14 de noviembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Septuagésimo nocturno


Está terminando el invierno con sus mañanas oscuras y es por eso que queda la alcoba virtualmente envuelta en telas claras. La tibieza de la cama revuelta se destempla, dejando pendiente el amor para cuando toquen, como mínimo, once nocturnas campanadas. Quizás esta noche llovizne, ¿acaso, no pasa así en este tiempo? Las gotas caerán de los techos de chapa marcando el vaivén de los tiempos perdidos. Mañana... en la oscuridad de la mañana quedará otra vez la alcoba envuelta virtualmente en telas claras. Ya; es septiembre y es tiempo, como lo es cada momento... es tiempo de fidelidad o de engaños, no lo sé... pero sé que es tiempo de amantes...

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo noveno nocturno


Le dije que debía ausentarme por un tiempo y no me pidió explicaciones. Supe que esperaba que sucediera. Al darse cuenta de que algo sospechaba inclinó la cabeza para que la besara en la frente. A mí... a mí, sólo me esperaba el trabajo que, muy de vez en cuando, hacía cuando el dinero se acababa... a ella la disgrega una pasión diferente. Apretó los labios escondiéndolos, como lo hacía desde hacía un tiempo... me separó de su cuerpo pensando en otra cosa. Buscó un compacto y lo llevó al equipo... lo encendió y puso la música... una de esas que jamás escuchamos juntos... simplemente me convencí de que no volvería a verla... salí de la casa, cerré la puerta, la llovizna me empapó la cara y... y, como si el rostro se disolviese, bajo cierta flacidez se debilitó el cuerpo... pensé en mañana... mañana estaría lejos, sin rumbo fijo y, como de costumbre, sin dinero ni esperanzas... sabía que pasado mañana le ataría una cinta al pasado y que al tercer día volvería a estar contento... porque, seguramente, como pasa siempre habré hallado otro par de buenos pechos donde recostar y secar el llanto de mis excusas y... ¿por qué, no?... haré silencio... guardaré mis secretos y... y, ¡Bah!... mujeres faltan... historias y cuentos sobran.

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo octavo nocturno


Quizás sea hora de buscar en otros espacios aquellos lugares en los que intentamos ocultar los sentimientos; sin detenernos a pensar que no hay demasiados recovecos donde hacerlo porque el candor de la lumbre de los cuerpos siempre los delata... como en el juego inocente de las escondidas; donde aprenden a esconderse del amor, con picardía, los chicos...

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo séptimo nocturno


Y la noche va dejando caer su velo de raso bordado con el hilo de muchos sentimientos incontenibles... cosas buenas de hombres malos y cosas malas que, en un arrebato de desencuentros, a veces tienen los hombres buenos...
Y es cierto, porque alguien dejó escrito con suma y pensada sabiduría que “No todos los hombres malos pueden llegar a ser buenos; pero no hay ningún hombre bueno que no haya sido malo alguna vez”... pertenece a San Agustín.
Meditar es algo que nos hace flotar en la serenidad de la noche, un poco ahogada en las gotas del rocío que se condensa, esconde, y desliza por el pétalo de alguna flor de otoño... o de primavera.

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo sexto nocturno


Para un nocturno sin clave ni notas... Un nocturno en la menor y en opus triste...

Me da un poco de tristeza, o me confundo, al ver cómo los más viejos se van... ¿se van tan lentamente que no se dan cuenta de que se van?... ¿somos acaso tan jóvenes los que quedamos?... los que nos quedamos sin darnos cuenta de que a nuestro alrededor algunos se marchan porque sí no más. No importa... démonos a la música con que nos enamoramos, aunque sea para poder llevarnos puesto de abrigo las cosas pasadas; los besos furtivos, las sonrisas forzadas, el vigor que afloja... que flaquea porque algo nos lleva con demasiado apuro al país que creímos que era el de nunca jamás... Después de todo, ¿qué vamos a ser viejos?, si apenas ayer fuimos niños... mañana nos vemos... ¿pasado?, quizás...

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo quinto nocturno


Alguna escribí, o dije, que no me animo a arrojar las cosas que me molestan con demasiada fuerza, porque llegarían muy lejos. Tanto que, a la larga, algún extraño me las devolvería. Y sería sólo eso... un extraño... un extraño al final de cuentas.

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo cuarto nocturno


Es bueno ponerse sentimental... es una forma de reparar en que mientras transcurrió la vida los momentos se escapan, inmensa y pausadamente, por debajo de un paraguas transparente arrancado, de los dedos de una mano débil, por los vientos otoñales que no sé si, en realidad, nos pertenecen... un viento que llega de un cielo que, de cielo, quizás tenga muy poco...

jueves, 21 de octubre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo tercer nocturno


No sé por qué deba insistir en esto de pensar tanto en la plaza céntrica de mi ciudad; quizás es porque siempre pretendí formar parte de las prosas y no de las poesías de los artistas de mi pueblo. No lo sé... puede ser que sea porque frente a ella está la escuela en la que dejé perennemente enredadas mis deudas, mis pretensiones o mis ilusiones de pibe. Puede ser que a lo mejor se da que, en ella, se eterniza el sentimiento de apreciarla mía... aunque, últimamente, algo raro sucede cuando desde su fuente las partículas de agua de todos los tiempos preguntan: “¿te hemos visto soñar?”... O, cuando los troncos de sus palmeras centenarias indagan: “¿te hemos visto pensar?”... No sé por qué, pero el roncal de mis años le da por responderles: “¡Jamás!”.

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo segundo nocturno


Dicen quienes entienden de quimeras que hay sueños de todos los colores y que se dividen en cortos y largos; porque unos duran tan poco que dan ganas de seguir soñando; mientras que los otros se enredan tanto en la espiral del tiempo que asustan puesto que uno no sabe si va a salir de ellos o, lo que es más serio aún, si despertará.
Después de todo, ¿quién no se duerme con un sueño despertándose con la realidad?

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo primer nocturno


No sé por qué deambulan en mucho de mis escritos cosas que suceden o pueden suceder en una plaza. Quizás sea porque trabajo en la planta alta del edificio que tiene un par de ventanales que deja la plaza del centro de mi ciudad al descubierto. También puede ser que se deba a que esos espacios verdes, cuidados y bellos, tienen misterios e historias de amaneceres y ocasos. O quizás sea porque en las plazas los nietos pequeños corren, van y vienen desprendidos despreocupadamente de los abrazos de sus abuelos... sí, debe ser esto último porque casi no existen diferencias entre los amaneceres y el último suspiro del sol... todo este pensamiento merodea mi inconsciente y me alega que así sea.
Después de esos sueños, que pocas veces valoramos, se levanta una forma de niebla encantada que nos hace pensar en que el infinito, si en realidad existe, debe estar dividido en dos partes. Una, la media eternidad que debe darse antes de la vida y la otra la que está después de la muerte... en fin; la existencia del ahora, que es eso que ni siquiera existe porque el tiempo es déspota, son esos sueños que, durando segundos, aparentan siglos...

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo nocturno


Puede ser que sea el invierno que me va acogiendo en silencio y en sesiones dul-ces, calladas. Se asoman las cosas viejas del arcón de los momentos idos. Y, por ahí, como una correspondencia interna aparecen los suspiros. Alientos y desalientos por to-do lo deseado y el tiempo perdido. La mirada se pierde en el infinito devenir molecular del espacio, renovando imágenes de amores muertos y rostros borrados.
No sé si será correcto afligirse tanto por las penas remotas porque, en definitiva, ¿quien puede volver a gastar lo que ya se ha gastado?

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo noveno nocturno

En una de esas largas filas que hacemos en los Bancos para pagar algún impuesto, un hombre que estaba detrás de mí le decía a un amigo que lo acompañaba que: ¡sí!, que él la había amado mucho... que tenía la certeza de que si el paraíso existe la volvería a encontrar pero, cuando eso pasara, seguramente que cada cual seguiría su camino sin siquiera mirarse ni dar vuelta la cara... maduré en mí y calculé cuántos años me faltarían para llegar a pensar como él... en fin.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo octavo nocturno


Jubilados por el tiempo, más que por los años, los dos están sentados en un banco de la plaza, entibiando sus cuerpos al sol que se asoma, de cuando en cuando, de su escondite de nubes. Supongo que estará de más decir que ellos son dos seres indivisi-bles que guardan, o esconden, las mismas manchas de su par de almas que aparentan distintos cuerpos.
Él piensa en sus hijos... ella evoca a los nietos. ¡Europa está lejos!
Los pájaros cantan y se rompe el silencio... mañana, alguno despertará solo y pensará que ya no importa porque durante tantos años en los que fueron un solo cuerpo con los mismos pecados no maduraron la soledad, solamente pensaron en sus hijos.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo séptimo nocturno


En los tiempos de pibe, una vecina a la que los chicos del barrio respetábamos mucho porque nos contaba historias fantásticas, nos hizo creer que en la manzana había esquinas que estaban embrujadas. Esquinas en las que cada noche alguien, que ninguno nunca vio, ponía letreros marcadores mágicos con recuerdos viejos, pasados; de gente que ya no vivía en el barrio... fantasmas que se ponían a conversar en la ochava y que nadie los oía. El misterioso personaje colocaba los carteles pasada la media noche y los retiraba antes de que saliéramos para ir a la escuela, según la vecina decía. Siento enormemente no haber tenido tiempo para volver a hablar, ya de grande, con esta mujer que hace años se retiró misteriosamente de la vida. Cuentan algunos vecinos de mi viejo barrio que cuando vuelven tarde de alguna juerga, ven carteles misterios en algunas ochavas de la manzana que a la mañana no están más porque alguien los retira.
Cuando les conté esta historia a mis nietos, me miraron con extrañeza y se rieron. Ellos dijeron: “Andá, abuelo, el tipo que pone y cambia los carteles sos vos, ¿no es cierto?...”
En fin, los tiempos cambian, ¿no?

martes, 28 de septiembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo sexto nocturno


Hay momentos en los que supongo que existe un reloj que, vaya a saber en qué tiempo, dejé olvidado en una parte de la vida y que alguna mujer, despreocupadamente y sin conocerme a ciencia cierta, encontró. Un reloj que ella arrojó lejos haciendo rebotes zigzagueantes en el agua, dejándolo hundir en el río, en lo más profundo del Paraná de las Palmas. Ahora; un reverso, en jirones de palabras tejidas en mi cabeza, dice que quizás no fue tan así, que puede ser que aún existan pétalos de tiempo que caen, incomprensiblemente, desde algún raro lugar del cielo... pero en ese jirón de vida que se arrastró pasando por quién sabe qué otros laberintos de tiempo, alguien recoge esos pétalos y los arma dándole la forma de una rosa... una rosa roja con sensaciones de lengua, gustada y de fuego, ¿por qué no?... una rosa apoyada a los pies desnudos de una época que no está en ningún sitio extraño de cielo... confusamente, algo me dice que hay un espacio caminado... territorio de caminos de piedras mezcladas con cascotes de tierra, en la tierra polvorienta de los caminos que nadie ha caminado... Quizás; si me zambullo de golpe en el río desde el borde de la otra cara del puente que nadie conoce tan bien como yo, encuentre mi reloj; el reloj perdido que seguramente estará detenido y oxidado, sin haber marcado ni por un solo segundo el paso del tiempo.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo quinto nocturno


Aseguran, los estudiosos del asunto, que los sueños pertenecen a uno de los tantos universos paralelos que se mezclan y compiten con el nuestro; específicamente, a ese en el que el tiempo corre más rápido.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo cuarto nocturno


Al final de cuentas y cuando las cuentas cierran las sumas, queda una notable ecuación irresoluta en el perfil de la lógica que es dilucidar por qué hay baladas de otoño que se recitan en primavera cuando hay más canciones de primavera que se amarillean en otoño.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo tercer nocturno

Septiembre... extraño el ciruelo y la glicina que abriendo su azul lo trepaba florecido, allá, en la casa de mis padres. Extraño la ventana de la cocina desde donde miraba todo eso por las mañanas, en horas tempranas, sorbiendo los mates que cebaba el viejo. Los azahares y el ambiente, más que de flores parecía un fantasma de nieves nuevas y viejas. Extraño el patio en el que jugaba con mi amigo, o el hermano imaginario, a las bolitas; pidiendo siempre “¡hoyo, antes de la quema!”. Mi madre aún me llama niño para que me despida de mi padre que salía para el trabajo, en la fábrica de papel. Todavía recojo los azahares y las flores, que caen del ciruelo y la glicina, en mis sueños. El recuerdo se materializa cuando el pecho me molesta. Siento las manos de mis nietos que me acarician y el dolor pasa. Después, imagino que miro por la ventana de aquella cocina que hoy disfruta un extraño inquilino y añoro. Es parte indisoluble de la vida porque, todavía, queda un niño con pesadillas nocturnas que se convierten en sueños dulces cuando transcurre septiembre...

martes, 21 de septiembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo segundo nocturno


Te miro igual que en el último otoño, esquivándome la mirada. Sigues siendo y viéndote niña y yo, algo más anticuado... por mí no sabrás nunca que deseo ser más joven, aunque... alguien me confió que lo dijiste... que querrías ser un poco más vieja.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo primer nocturno


En la madrugada, pasando por el viejo café, sentados a la mesa que da al ventanal los sorprendí... Los vi viejos y amantes... ¡Eran aquellos de quienes tanto hablaron!... Los vi bajar sus cabezas con las mismas fuerzas con que sus lágrimas caían sobre el mantel... Era casi el alba y, además, tarde.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo nocturno

Huelo y oigo el silencio. ¿O es que acaso el silencio no tiene por qué tener perfumes y ruidos? La fragancia y el murmullo del silencio reproducen el tiempo pasado enmascarándolo con aromas y ecos que jamás se ajustan al presente.

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo noveno nocturno


No sé en qué recodo nacen, ni en que rincón se esconden esas cosas por las que el universo nos atraviesa... lo que sí sé es que nunca mueren, ¡son eternas! Y siempre reaparecen. Nadie, por más fuerza que tenga, puede arrojarlas lejos porque... porque son un boomerang. Las cosas y las causas vuelven con toda su masa... con todo el peso en unidades de dolor a través de la inercia de las tristezas.
¿Por qué será que son tan pocas las alegrías pintadas en la tela del vestido de la vida? Supongo que la estampa la confecciona el Cosmos; porque en él hay demasiados e inmensos espacios fríos que destemplan estrellas... ¡Sí, claro que sí!, Indefectiblemente, así es la tela del vestido de la vida.
En la mañana, posiblemente, me olvide de estos pensamientos... y mis cosas del insomnio, ¿por qué, no?, quedarán flotando escondidas en el recodo del universo de estos nocturnos en clave de ausencia.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo octavo nocturno

Es un morocho, bien negro, que antes era flaco y, más que flaco, escuálido... sus piernas largas parecían enganchadas a un pantalón corto, color negro, y con remiendos negros... sus pies eran y son anchos como una hoja de poto misionero… que yo sepa, nunca tuvo ni tiene a nadie… pero el negro se ríe, como lo hizo siempre, aunque canta un poco más desafinado. Tocaba y toca algo que no son una armónica, ni un clarinete, ni una flauta dulce, ni una guitarra, ni un tambor… bailaba y baila apoyado en sus dedos negros y las uñas más negras que su cuerpo, acariciando un cepillo de crines negras... el negro hoy está un poco más gordo y como lustrabotas nunca lustró zapatos marrones... ¿por qué será?... como ya dije, sigue teniendo pies anchos como una hoja de poto misionero y el cayo del dedo meñique del pie izquierdo le agujerea la alpargata... claro, las alpargatas son bien negras también... mira de reojo al “pato vica”, rubio con cara de bobo, del boliche del centro y se ríe... el otro, de mente estrecha y de sobrenombre Seis Dedos - cinco en cada mano y uno de frente como lo cuenta el chiste - le pregunta: ¿de qué te reís Negro? El morocho piensa la contestación mirándose el agujero de la alpargata: ¿qué sé yo de qué me río? ¡A lo mejor de lo mismo de que te reirás vos cuando te desinfles!... andá a saber... o, andá a la mierda; ¿querés? El pobre negro, de alma y cuerpo, en realidad y como fue y es su costumbre no responde nada y sigue riendo.

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo séptimo nocturno


¿Los ladrones son esos que usan una gorra gris, pañuelo oscuro, y camisetas de colores desteñidos y a rayas? ¡Qué mentira de película! Usan el mismo traje que los ejecutivos, ministros, presidentes, curas y otras yerbas... No hace mucho tiempo atrás paseaba con mi perro, cuando un tipo, aparentemente muy educado, me pidió fuego. Saqué el encendedor, le prendí el cigarrillo cuando me hundía en la panza el frío caño de una pistola... el hijo de puta solamente se llevó mi medio atado y, hablando mal y pronto, se “cagó de risa”. En realidad, a mí me dejó mal parado y a mi perro ladrando. Más o menos un mes después, una mañana, mi manojo de pulgas, al que llevaba al veterinario, reconoció al tipejo… estaba parado, de vigilante, en la puerta de un banco y el can le ladró al uniformado... por lo bajo, y pensando, le dije a mi mascota mientras lo arrastraba: “Vamos, Cascote, no me metás en problemas; a ver si por tu culpa después me fuma los cigarrillos directamente desde adentro del calabozo”... ¿No fumará, este turro, estando de servicio?

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo sexto nocturno


No sé por qué; pero, a veces, el barrio me pega duro. Debe ser porque supone que, por ahí, uno se va y, después, no vuelve... ¡es cierto!... ¡muchos lo han hecho!
Cuando regreso al barrio y lo presiento malhumorado pienso que es de cascarrabias, por reconocerse viejo... no sé... pero desde hoy, cada vez que cruce la calle de mi casa o que arranque en la bicicleta le diré un hasta luego empalagosamente risueño... aunque me agobien las cosas de los tiempos. ¡Lo pensé bien! y, saben ¿qué?; si algún día los malvones y las flores, que dañinamente, robé de pibe se evaporan en el incienso de la maestra olvidada, o de la novia pretendida, o de la moneda sacada a la abuela o del permiso de mamá y... te lo juro, barrio mío; si existe un error probabilístico de que me haga mentiroso, será por alguna de esas inecuaciones que no entendí de tu escuela... de esas cosas inocentes, inescrupulosas, que sin querer serlo se parecen a las falsas promesas que nos enseñaron a hacer los del otro barrio; esos del centro... porque ¿así se vive, viste?... te juro que será porque la calle me disuelve en su época... pero, eso sí, ¿eh?; si me ocurre algo, o muero, fuera de tu territorio, te prometo volver hecho el fantasma que esperás… y tendrás que dejarme ocupar el mismísimo, silencioso, lugar que le das a los otros que, sin querer hacerlo, se fueron...

jueves, 15 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo quinto Nocturno

En mi ciudad hay una calle que muere zambullida en el puerto. Ahí está el río; y eso, para los inocentes y extranjeros, es una alegría bailantera… pero en mi pueblo es una pena... ¿saben por qué?... porque las aguas del Paraná de las Palmas y el aire están contaminados por una realidad negada... los físicos nucleares, políticos y profesionales justifican sus sueldos abultados ocultando la verdad mezquina... pero son tan estúpidos que se mueren pegaditos igual que nosotros, como lo hace esta calle del puerto en la vera del Paraná... No sé por qué un maestro de escuela tiene un sueldo mísero y estos testaferros ganan por lo que ocultan... vaya uno a saber ¿no?

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo cuarto Nocturno

No pude nunca dejar de pensar en el viejo Nicolás. Un primo lejano de mi madre que murió hace años y que de pibe me llevaba a pescar por allá, en el delta, a orillas del Paraná de las Palmas. El viejo, que me enseñó todo tipo de artimañas para la pesca me contaba un cuento, porque creo que era eso, un cuento... en fin… no lo sé… pero el asunto es que mientras vigilábamos las líneas de fondo repetía más o menos esto: “En mis años mozos mi abuelo, que vivía en el sur, allá por la playa “Oriente” muy cerca de la ciudad de Bahía Blanca, me llevaba, muy de madrugada, en las épocas que lo visitaba, a pescar salmones. Yo había leído que los salmones acuden a desovar, en aguas dulces, al lugar en el que nacieron. Para hacerlo viajan grandísimas distancias por el mar y remontan, después, el río hasta esa naciente que buscan. Depositan sus huevos, ni más ni menos que en el mismo lugar donde depositaron los suyos sus padres, sus abuelos y todos los antecesores de su familia... las noches, en las que el viento y el ruido me ayudaban a meditar, decía para mis adentros : Qué lindo es pensar que hay un lugar exclusivo en el mundo, en las profundidades de un río que no conozco, hacia donde van todos los salmones de la tierra en la época de la procreación... seguramente que ahí Dios colocó el primer huevo del primer salmón."
Es algo que penetra mis pensamientos... a lo mejor, a partir de ahora, alguien que haya leído o escuchado esta historia se ocupe de hallar ese sitio... Yo; no me atreví nunca, quizás por temor o por falta de tiempo o dinero y me conformé con pescar uno que otro bagre en este Paraná de las Palmas que día a día pinta de color arcilla mi piel de pensador y pescador frustrado...

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo tercer Nocturno


Hay sucesos que, según como se den, cambian la historia. A eso se le puede llamar procesos lógicos de las indecisiones universales. También existen factores aliados internamente, resultado propio de esos mismos agentes, que hacen que las cosas se den en un sentido único; y si es así, el suceso cae en el terreno de lo lineal o propiedad de las proposiciones estrechas y limitadas. ¿A qué parte de la especulación o, si se prefiere, de los insomnios responde este relato?:
“A la vera de un bosque; un lugareño observa a un animalito campeando en un claro con sus crías. En un momento incierto, una felina feroz se arroja contra el animalito quien instintivamente huye. Un cazador, escondido entre los árboles, descubre el incidente y rápidamente prepara su arma. El lugareño, pendiente de lo que sucede, piensa: “Si el cazador mata a la felina feroz tendrá un gran trofeo; aunque si le da al animalito podrá deleitarse con una exquisita pata asada a las leñas que acompañaría con un guiso de champiñones aromatizado con algunas hierbas comestibles recogidas en el bosque...”
De repente algo sobrecoge al animalito y el lugareño supone que es porque el animal piensa, “si la felina feroz no me consigue volverá para comerse a mis críos”. Por otra parte el paisano cree que la felina feroz especula “¿para qué me canso tratando de agarrar a este duro animal cuando, sin mayores esfuerzos, podría llevarle a mi felino feroz las crías y darnos por igual un banquete?” Es evidente que el cazador continúa dudando y pensando, “¿a quién le doy?”.
El lugareño advierte que el animalito, la felina feroz y el cazador se detuvieron durante un tiempo infinitesimal avasallados por… por la indecisión universal. Todo ser en el planeta queda estático... dudando... ni siquiera corre el menor viento que pueda mover una hoja... ¡se produjo un agujero en la historia de las cosas! ¡La decisión del disparo renovaría todo un sistema vital...!
Pasado ese tiempo infinitesimal, al restaurarse la dinámica, el lugareño disipa la incógnita... ve, fugazmente, resuelto el dilema porque se dio el preciso momento en que el felino feroz hambriento, y por ende expectante, somete al paisano, indefenso, por sus espaldas...”

lunes, 12 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo segundo Nocturno

Chicos de ciudades.
Indios montados en palos de escobas surcando calles con adoquines.
Caritas maquilladas con rayas de pétalos de rosas sobre sombras de corchos quemados.
Vinchas de guerreros. Jirón del delantal de una abuela sosteniendo las plumas arrancadas a un gallo colorado.
¡Arcos, flechas y lanzas de mimbre!
Momentos de llamas amarillentas bailoteando en hornallas de cocinas a querosén, tiznando pavas. Mateadas de adultos sosteniendo sonrisas tibias o tristezas ásperas. Repasadores toscos envolviendo asas de vasijas de vida. Recipientes viejos llenos del vacío sigiloso del que nacen las estrellas. Ayer romántico desprovisto del condimento que aún le falta al hoy. Sabor dulce que es parte del sueño que amarga la boca cuando suena el despertador.
Programas de radio donde las cosas eran lindas porque enlataban aventuras.
Indios que esperaban ocultos detrás de los plátanos el paso de ese carro de lechero, verdulero o panadero que, yéndose un día, dejó un tótem imaginario por donde subían y bajaban las tristezas de los pibes y los recuerdos de los pueblos.
¡Ya no hay carros para atacar! ¡Ni siquiera están sus huellas! Pero siguen creciendo chicos, indios que juegan en ese silencioso vaivén de las cosas perdidas saboreando los dulces sueños que noche por noche, entre madreselvas y campánulas pernoctando bajo el asfalto, se confabulan con las piedras y el polvo...
¡Arrimáte, chico! Bajáte del viejo palo de escoba, despintáte la cara y guardá la vincha.
El indio ya creció y duerme poco...
Es cosa de esperar pacientemente que suene, algo distinto dentro del armazón silencioso, el despertador...

miércoles, 7 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo primer Nocturno


                                                 Requiebro

(De un tango canción compuesto por el autor de estos Nocturnos).
Entre requiebros la ciudad
se esconde del calor del sol,
buscando así calmar su sed
con lágrimas de bandoneón...
Y en su llamado está la voz
del viejo duende que se fue
del barrio aquel
que al fin vio,
que su niñez
como un gorrión
creció y voló.

¡El niño, claro...!
¡Él falta...!
Pero, acaso, ¿no soy yo?         
¡Sí!, te entiendo...¡soy adulto y te defraudé!

Pero otros niños te verán
en calesitas de ilusión
y, entre pliegues de cotillón,
te escucharán decir todo
lo que no aprendí yo.
Ahogada en llanto mi pasión
de verte en el barrio aquél
y, en tus barquitos de papel,
bogar, soñar, cantar...
cual solitario timonel
de aquella infancia que se fue.

Entre congojas la ciudad,
canta a las flores de un balcón
y hurgando así con su vejez,
llena de pena el corazón...
Y en su llamado está la voz
del viejo duende que se fue
del barrio aquel
que al fin vio,
que su niñez
como un gorrión
creció y voló.

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo Nocturno


El hombre deja de ser él cuando habla de sí mismo y es más fácil que cuente su verdad cuando se oculta detrás de una máscara. Quizás sea por eso que los que tienen poder no se expresan con sinceridad. Los otros... los otros, son los que sufren.

jueves, 1 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo noveno nocturno


Corría el año 1953, hacía pocos años que habíamos ido a vivir a ese barrio donde dejé las huellas de mis rodillas jugando a las bolitas en las veredas de tierra. En aquellos días esperaba, durante las mañanas, que mi abuelo viniera a visitarnos. Esa mañana fría de un primero de agosto, día en que mi querido viejo cumplía años, vi a mi abuelo venir caminando por la vereda húmeda de escarcha fundida por el tibio calor del sol.
El viejo traía un paquete. Era una caja, por lo que se veía, envuelta en papel madera y atado con varias vueltas de hilo macramé. Corrí por la calle de tierra para abrazarlo y besarlo como lo hacía siempre y le pregunté qué era eso que llevaba. No supe por qué, pero me dijo que eran unos botines para un vecino; que se los había encargado. Le creí. ¿Por qué será que siempre creemos todo lo que nos dicen los abuelos? Después me di cuenta de que me había estado cargando porque, cuando mi madre, más tarde, desató y abrió el envoltorio, de su interior sacó una radio cuadrada color blanco. Lo primero que ella me dijo fue, que no fuera a decirle nada a papá cuando llegara para almorzar. Que esperara a que la viese arriba del aparador porque era su regalo de cumpleaños. ¡Una sorpresa!
Papá trabaja en ese horario que le decían de “pito a pito” y comía al mediodía en casa a causa de ese horario discontinuo. Claro, sería un pasmo. Y todo resultó tal cual. La radio o el radio, como enseñaba la maestra que debía decirse, tenía que “calentarse” para que se escuchara después de enchufada y, tras el giro de un perillón, quedaba bien encendida y se buscaban las estaciones con un dial que arrastraba una bruta aguja, por cierto. Nunca imaginé que vendrían los tiempos de Tarzán, Sandokán, Peter Fox, el Glostora tango Club, las radionovelas con Eduardo Rudy e Hilda Bernard, Poncho Negro y que mi mamá lavara los platos escuchando la novela del mediodía y, qué sé yo cuánto más. La cosa; es que en mi familia tuvimos nuestra primera radio.
A los cuatro meses de aquél día, recuerdo que murió el abuelo y, cosa ridícula, ¿no?, en mi casa la radio estuvo fría y muda por un mes porque había que guardar luto; en fin... Los viejos, entonces, conformaban su tristeza leyendo algún diario y yo disfrutaba del Pato Donald. Eso sí, en la peluquería del barrio leía el Rico Tipo y gozaba mirando las curvas y las bocas de las chicas de Divito. Solamente de martes a viernes, ¿eh?. El sábado, la entrada a la peluquería era para mayores únicamente. Los domingos se jugaba un picado en el campito del barrio y podía escuchar desde alguna radio, puesta con todo, a Fioravanti trasmitiendo un partido...

sábado, 12 de junio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo octavo nocturno

La cola del barrilete se enreda en el almanaque cuando los días se amalgaman, por semanas fundidas, en meses mezclados de años. Y no es caprichoso... Tiene que ser así. La estrella de flecos zumbadores debe cabecear, girar y tirar del hilo hasta que la piola se corte... ¡Sí...! Eso, no tiene discusión.
Cómo vas a preguntarme ¿por qué?
Acaso, ¿no sabés que el barrilete es un sueño de pibes?
¡Claro, amigo mío, como las ilusiones...! Y entendélo viejo... Una ilusión, aunque se pierda y más no sea, te salva.
No sé por qué tengo que explicarte todo.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo séptimo nocturno

Violines ausentes...
Desafinados…
La manzanilla salvaje sacudida por el viento arroja su aliento, de corola amarilla, sobre los tréboles de la barranca y el violín envuelve con su niebla de seda un nocturno de Chopin y alguna que otra romanza sin palabras de Mendhelson. Después una cuerda se desata desafinada por un arco gastado de luces de estrellas... De soles, tan ausentes de tiempo como de brillo... De astros, trenzados en camalotes, teñidos de rojo seibo, flotando entre los canales que abren las raíces leñosas del ñandubay. Murmullo de arroyo...
¡Qué extraña pintura, ¿no?!
¡¡¡Aunque; no tan extraña, ¿eh?!!!
Es la pintura de la ciudad que me vio crecer, y más…

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo sexto nocturno

La vida. Un plagio del arte. Decoraciones ideales. Obras imaginativas donde la existencia se hechiza, metiéndose en el interior de la belleza, para crearse de nuevo.
La niñez. Eso que logra hacerse indiferente a los hechos. Inventando, soñando e imaginando.
La adultez. Días confusos. Épocas en que existir se convierte en un brusco giro apoderándose del arte, ahogándolo en un tirabuzón de engaños, sumergiéndolo en el pecaminoso desierto de las flaquezas humanas...
Desaparición de las ilusiones. Aprender que la naturaleza en lugar de ser el todo que nos creó, más bien es el fruto de nuestra propia creación. La vida, simplemente se despierta en nuestro cerebro y las cosas terminan siendo miradas sin verlas cuando el ser no descubre la belleza. El hombre existe sólo si en sí conserva un hálito de niño.

jueves, 3 de junio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo quinto nocturno


A veces me da por mirar la vieja, amarilla y ajada fotografía donde éramos tantos y faltaban muchos... A veces me da por recostar en mi pecho la vieja, amarilla y ajada fotografía en la que hace mucho rato éramos todos los que se han ido. Mentiría si les dijera que siempre están sobre el piano. En realidad los escondo en la banqueta para que canten, desde la profundidad de esa entraña, nuestras viejas canciones cuando desarrugo mis manos sobre el amarillento teclado.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo cuarto nocturno

Personalidad. Algo misterioso. Que nace de la profundidad del alma. Que a cuentagotas hace que nos estimen. Aunque, no siempre nos sentimos realizados por lo que hacemos. Nos perdemos en un horizonte de cosas. Un arco iris en blanco y negro. Confuso.
Una gran disyuntiva. ¿Por qué guardarle tanto respeto a las leyes? Ellas, ¿son hechas realmente para el hombre común? Los hombres, ¿son partícipes de esas leyes? ¿No será todo una mera necesidad inventada en cada época?
¡Guardar respeto a las leyes, careciendo del respeto merecido por otros hombres! Porque hay muchos de esos que, quebrantando el orden, son considerados grandes personas. Temerariamente, seres humanos de primera.
La sociedad rotula injustamente. Hay gente considerada mala, sin haberlo sido jamás. La conciencia crece, tanto como lo hacen las flores, viviendo en plena disputa con el ser. Esta incrementa la sabiduría. Hasta nos llega a hacer sentir desposeídos. Pero por ella tenemos todo. Nada más ni nada menos que todo lo que somos. Esa es la ley. La única ley de la vida. Todo lo otro son palabras fríamente escritas en un hediondo papel sin conciencia.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo tercer nocturno

Las sepias, cansadas de esperar dentro de una bolsa de residuos, son las cenizas de las épocas que pasaron. Son las poesías dormidas en un libro viejo. Poemas que nadie lee porque se los piensa pasados de estilo y moda. ¿Nadie pudo pensar que en esas hojas amarilleadas se guardaron susurros y voces, romances y suspiros escondidos en palabras de amor? ¿Nadie pudo pensar que hubo lágrimas evaporadas y aprisionadas entre el silencio de esas páginas? Pero, claro, ¡qué va!, si los escribió aquél loco y flaco poeta de mi pueblo que vivió toda la vida rodeado de vecinos que, por hacer fortuna, no tenían nada de bohemios.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo segundo nocturno

Arte. Eso que, revelado en plenitud, oculta al artista. Justificación de un medio para lograr el fin. De una obra. Grande o pequeña. Extensa o corta. Moral o inmoral. Bien o mal hecha. Así de simple.
Pensar. Crear. Instrumentos del arte.
El hombre. Una obra en sí. Mediocremente perfecto. Lleva oculto en él a sus artesanos... Se pertenece. Figura y alma. Pequeño o grande. Bueno o malo. Moralmente sano o inmoral. Que crece, o no, en su medio. Física, intelectual y espontáneamente. Él es. Nada más, ni nada menos que eso.
Existen libros escritos en papel de descarte. Pueden estar grabados en oro y decir exactamente lo mismo. El error se encuentra en guardar lo lujosamente vacío y tirar lo vulgarmente fabuloso. Así se pierden grandes obras. Muere el orden de la Creación. Se castra al arte.
Con Descartes, aún nos enriquecemos... Pero él es polvo. Las obras deben valorarse en vida de los hombres porque cuando acecha la muerte, aunque el arte no fallezca, desaparece el ser, el artista. Su calor se disipa en el espacio. Se congela el medio. El ambiente. Entonces...
...Quizás apenas queden soberbios escritos. Magistrales ideas. Grandiosos libros... Apenas, una comunión con el suelo. Con la profundidad de la tierra.

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo primer nocturno

Mi tiempo se esconde en los brotes de los árboles cada vez que llega la primavera para no hacerme olvidar que, ni por un solo instante, dejaste de ser una fábrica introvertida de sueños. Acaso, ¿la esencia de tus fantasías la depositaron equivocadamente en tu cuna? ¿Cómo podés seguir confundida, y escondiendo tus sentimientos enajenadamente a las moléculas de tu cuerpo?... Decidíte y sé sincera... Decíme que me amás, porque si tu silencio pasa de esta primavera, será demasiado tarde.

viernes, 21 de mayo de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo nocturno


¿Dónde habrán ido a parar mis juguetes de pibe?
Hoy, sin querer, llevado por algún raro sentimiento abrí un cajón que había dejado olvidado en mis sueños. Revolviendo papeles, llaves oxidadas, baratijas viejas y debajo de una fotografía mía, de Adán bebé, descubrí una bolita blanca con una guarda roja. Increíblemente había encontrado la puntera cachada con la que había melado a tantos principiantes en el juego de las bolillas en mi tiempo de pibe. La llevé triunfalmente apretada en la mano, emocionado, para enseñársela a mis nietos. Ellos la observaron por un tiempo como si fuese un fósil de la edad del fuego... No supe qué más contarles o qué decirles. El más chico, de repente, corrió hasta la computadora... después lo siguieron su hermano y los primos. Abrieron un juego de esos que ellos tan bien entienden y me di cuenta de que, en muy poco tiempo, habían destruido un mundo virtual porque, justamente, el más chico apretó una tecla equivocada... Mientras peleaban y discutían sobre quien era el culpable del error, tomé la bolita y me la puse en el bolsillo del pantalón para devolverla al viejo cajón en la que había permanecido en el sueño de los años... Cuando fui a guardarla me di cuenta de que la había perdido en el camino de regreso a casa... El bolsillo de mi pantalón estaba agujereado.
Prometí que jamás volvería a preguntarme adónde habrían ido a parar mis juguetes de pibe...

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo noveno nocturno


Perfección...
Seres perfectos que no existen. Porque serían marginados. Para ser amado, se necesita ser imperfecto.
El negocio de vivir tiene idénticos créditos para todos. A la vera del arroyo de la vida van asidos de la mano el bien con el mal y la culpa con la ingenuidad. Se camina por orillas, barrancos y cañones diferentes, con precipicios tan profundos como fríos y misteriosos...
Buenas y malas acciones al alcance de las manos. Las buenas simplemente son las esperanzas que el hombre pone en cada hombre. Las otras son las actitudes solapadas.
Actitudes. Las que se cometen y las que nadie puede cometer. Acciones que sembrando sospechas hacen que los hombres caigan sobre los hombres. Postura de los soberbios, de los que creen ser perfectos, de los que piensan haber logrado el plano de la omnipotencia caminando en un espacio que no les corresponde, en la dimensión que sólo le pertenece a Dios.

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo octavo nocturno

Antes; y de esto no hace tanto tiempo, había caminos que te abrigaban en todos los sentidos cobijándote en todas las direcciones cuando a vos se te daba la simple idea de partir... digo... ¡irte sin escaparle a nada, ¿no?!. Pero, desde hace algún tiempo, a mí, por lo menos, se me da que, por esos mismos y únicos senderos se cruzan algunos fantasmas... Hermanos, parientes y amigos que uno creyó que se habían ido hace rato y para siempre como buenos conocedores de las cosas de la vida. Estos fantasmas, por lo menos eso creo yo, te enlazan y te traen de regreso, en el mejor de los casos, al lugar del que todos, de una u otra manera, usamos de punto de partida...
Entonces, al no poder partir, la buena literatura resulta poca... la televisión asusta, la radio trasmite más cantidad de partidos perdidos y empatados que ganados; y muy poco de aquella música que... en fin, qué sé yo...
Antes; y de esto no hace tanto tiempo, los caminos te abrigaban en todos los sentidos, cobijándote en todas las direcciones; más, cuando a vos se te daba la simple manía de partir...
¿Será que uno se despide de las cosas buenas y sencillas sin saber que lo hace? ¿Será que llegó el tiempo de descorchar, para servir y brindar con esos fantasmas, el vino que uno guardó, en soledad, para las grandes ocasiones?... ¿Será que a esto se le llama envejecer? Vaya uno a saberlo, ¿no?
El asunto, insisto... es que, los caminos por los que ayer iba, hoy... hoy, indefectiblemente vuelven.

lunes, 17 de mayo de 2010

Nocturno, en clave de ausencia

Vigésimo séptimo nocturno


EL HOMBRE QUE AÚN NO SABE QUE ESTÁ SOLO
(Perfume de los primeros años del siglo XXI)
(Un poema, hecho sin la PC)

Ciertamente, pero tan cierto,
que resulta diferente.
Indistinto, pero tan distinto,
como la masa de una sombra.
La noche morena nombra
al hombre que, sin nombre,
desvanece auroras en su esquina.
Piensa en ¿cómo es la soledad?
Y; solo, ciertamente,
comparte con nadie, simplemente,
la manía de estar solo...
la cobardía de ser sólo
un remolino de su vida.

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo sexto nocturno

La mesa...
Un ensamble de tablas anchas sobre la que apoyaba o aún apoyo el papel en el que escribo o escribía, por ejemplo, estas cosas. Estas cosas que nacen o nacían, ¿quién sabe de qué profundidad de mi mente o de qué figura material trastornada del universo? La mesa, desnuda, no tiene ni tuvo siquiera una planta ni el recuerdo de una flor. Las plantas y las flores están o estaban en las frases escritas... frases dictadas por fantasmas de madera, tinta y papel...
En fin, ¿por qué no?
Debo atreverme y contarlo, después de todo son cosas de escritores...
Anoche...
Anoche me dormí, no sé por cuánto tiempo, cuando el universo golpeó a la puerta de mi conciencia... pegó tan fuerte que me despertó. En el centro de la mesa, lejos de la pila de papeles, imaginé una hermosa planta verde y ocre; y, en un florero, un jazmín. Me incorporé asustado, corrí hasta la realidad y desde ahí le pregunté a la mesa: “¿por qué querés cambiar ahora?”... Como nada ni nadie me contestaba, nuevamente me acerqué a la mesa y me senté frente a la pila de papel y... y, leí lo que me figuré que ahí estaba escrito: “Dejá las preguntas... ya lo sabemos... a mí, tanto como a tus versos que intentás convertir en prosas nos queda poco. La planta y la flor son símbolos... vos y yo, ya lo dejamos todo.”
Era la madrugada y me dije con severidad... “¿¡Por aquí, quién anduvo escribiendo eso!?”
Por primera vez en mi vida, sentí que el universo no quiere ni quiso responderme.

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo quinto nocturno

Pensar. Arte. Expresiones de la vida. Distintas. Porque hay mundos diferentes. Uno de ellos simplemente existe sin que se hable demasiado de él. Apenas se lo tiene en cuenta a pesar de que se lo ve, se lo palpa, se lo siente. Es el mundo real. Los otros necesitan de la vida misma y, es indispensable hablar de ellos porque de otra manera no se advierten. Paralelos entre sí son, la música, la pintura, la poesía, la escultura,... Los mundos del arte.
Vivir es un arte...
El arte de vivir permite hacer ese tipo de historia que se logra a través de todos los hombres, sin excepción, y de la que muy pocos escriben pues, siendo compacta es a veces precisa y otras injusta...
Si cada hombre escribiese la historia, como sólo él la comprende, ella no existiría. Se crearían mundos con caminos oblicuos. Cesaría el paralelismo. Se cruzarían tantos intereses como seres hubiera en el mundo. Moriría el arte. Sólo quedaría el mundo real. El material. No habría nada de qué hablar. Nada para crear. Acudiría el ocaso de la imaginación. Se terminaría la vida, se destruiría la fe, se evaporaría el alma, desaparecería Dios.

viernes, 14 de mayo de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo cuarto nocturno

Jugar con las llamas. Aprender a no quemarse. Experiencias. Antifaz de los errores. Desencuentros. Bultos pesados arrojados lejos por temor. Con desconfianza de que alguien los encuentre y nos lo tiren en contra. Pero... hay un hito de belleza. De misterio. Inolvidable. Capaz de revelarlo todo.
Rocío. Lágrimas de luna robadas a una estrella. Coalición del hombre con la Creación. Arrebatarle una rosa al rosal. Moverle los átomos al universo. Desordenarle el cosmos a Dios.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo tercer nocturno

No sé si es correcto sentirlo así, pero ¿quién puede discutirlo? Hoy, a mi terapeuta mientras anotaba la fecha y mi nombre en su cuaderno de notas le dije: “llegué caminando... la mañana está linda para caminar.” Ella me miró, se sonrió y arrojó con suavidad la lapicera arriba de la página en la que anota algunas cosas que, supongo, tendrán que ver con mis rayones. Como seguía sin decir nada le conté lo que había venido pensando en mi caminar, despreocupado, hasta el consultorio. Le dije: “Vea, yo no creo en la edad.” Me miró y preguntó a qué se debía esa conjetura. “No sé, ¿por qué?” y continué, “cumplí sesenta y seis años y el menor de mis amigos soy yo”. Ella siguió mirándome, escuchando, sin escribir nada; en realidad no buscaba que lo hiciera porque lo que le decía lo interpreté como algo fuera del contexto de mi sesión de ese día. Un comentario, al final de cuentas, sin importancia. Pero como se hizo una pausa un poco larga continué: “Se me ocurre que todos nosotros, los que somos más viejos debemos de tener en los ojos algo de pibes; aunque los pibes, cuando nos observan con detenimiento, a mí me parece, que lo hacen como si fuésemos ancianos.” Ella reaccionó diciendo: “A ver, a ver, ¿cómo es eso?”. “Qué sé yo, - continué diciéndole - ¿usted, no vio que los pibes en las escuelas se refieren a los profesores nombrándolos, por ejemplo, como el viejo de historia o la vieja de física...?” Ella se rió como si lo mío fuera una ocurrencia tonta. Eso me molestó, por lo que le dije: “Mire no se ría porque usted tiene menos de cuarenta y mi nieto cuando se refiere a usted, como su docente en la escuela, le dice la vieja del gabinete”...

La cuestión es que no escribió nada en mi hoja y me dio una explicación del asunto, por ahí, quizás freudiana mezclada con algo del Gestalt - supuse yo en mi ignorancia - que me dejó como preparado para que pensara en cualquier otra pavada de regreso a mi casa. Le pagué la sesión y cuando salí del consultorio repetí, para mis adentros, que yo seguía en lo mismo; que no creía en la edad y que mis amigos tenían razón en eso de que los sicólogos no te resuelven nada, simplemente uno paga un espacio en el que podés decir lo que mejor se te ocurra relacionado con vos mismo y que eso es lo que te ayuda a curarte de algunos rayones... En fin.

El tema es que no habría caminado más de cinco cuadras cuando, al cruzar la calle, un pibe que circulaba en bicicleta y en contramano casi me sienta de traste. Encima el mocoso me gritó: “¿por qué no mirás por dónde caminás, viejo de mierda?” Pensé en mandarlo a la put..., pero me contuve. Quizás la sesión de terapia, aunque no la había entendido muy bien, me habría servido de algo... Digo, no más, ¿no?

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo segundo nocturno

Cotidianamente refunfuña un muchacho, vecino de mi barrio, que no comprende por qué algunos, o la mayoría a veces, malgastan tanto el tiempo en nuestros días buscando el secreto de la vida cuando la respuesta es tan fácil. Para él el secreto de la vida está en el arte. Eso sí; no sólo es poeta, también pinta. Sus padres, a pesar de sus treinta y tanto de años, aún lo mantienen; la semana anterior le cambiaron el auto.

martes, 11 de mayo de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo primer nocturno

Callar. Manera de regañarle a las reflexiones.

Reflexionar. Combinar lo que se observa con lo que se escucha.

Dudar. Guardar los pensamientos.

Vivir. Aprender a hablar después de callar, reflexionar y dudar.

Incertidumbres. Pequeñeces que se arraigan. Que se llevan desde la niñez. Conflicto con lo desconocido. Tristezas que se avecinan a las reprimendas.

Retos, regaños y celos, que nos recluían en un rincón. Que nos hacían maquinar una historia. Una novela. Novelón profundo que aceleraba el brote de las lágrimas y los sollozos.

Reprimendas justas o injustas. Tristezas que hacían imaginar cosas... Que me escaparía. Que los años pasarían. Que viviría miserablemente. Que algún día volvería tocando a la puerta de mi casa y mamá no me reconocería. Que...

¡Bah! El momento pasaba y la penitencia se diluía en la sopa de la cena. La incomprensión se disolvía en el sueño reparador del imaginario recorrido por tantos caminos desconocidos. Una cama acojinada no sólo por sábanas y frazadas. Más bien, abrigada por el dulce beso del hasta mañana. Beso que, en la frente, nos daba mamá.

lunes, 3 de mayo de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo nocturno

¡Bah!... ella contó un imposible. ¿Dijo que lavó sus pies hinchados de oscuridad caminando descalza por la costa del río...? ¿Y que enceguecida por las luces no pudo ver cómo allá, detrás del puente, vergonzosamente escondida de la luna se suicidó una estrella? ¡No,...! claro que dudé, porque cuando está por comenzar la primavera nuestra noche apenas canta, enceguecida amante y desnuda, afinando sus cuerdas de estelas con el diapasón del frío del invierno que huye... Luego... después limpia su cuerpo bajo las lágrimas de los sauces... Por lo menos, así sucede en estos pagos...
¿En el mar? ¡Qué sé yo qué pasa con la noche en el mar...! Supongo que camina o nada por las profundidades del océano cantando afinados impromptus de sirenas... esos que le componen las olas a las Alfonsinas. ¡Mirá qué preguntas hacés...!
¡¿Aquí?!
Aquí, por lo visto, solamente se suicidan estrellas en un río ásperamente arcilloso y,... en fin. También eso tiene su belleza, ¿no?

martes, 27 de abril de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Decimonoveno nocturno

¡¡¡Shhh!!!
¿Preguntás por qué te pido silencio? Acaso, ¿no te das cuenta de que está soñando? Leé; leé en silencio y te voy respondiendo. El diálogo, únicamente, es entre vos y yo. ¡No!, no se dará cuenta de que estamos conversando.
¡¡¡Shhh!!!
¿Qué es lo que sueña? Sus sueños son recurrentes y muchos. Leé; leé y, mientras tanto, te los iré contando.
¡¡¡Shhh!!!
Entre tantos sueños; sueña que los pájaros cantan porque deben hacer salir al sol y que las aves sobrevuelan los prados, los ríos y los mares porque deben hacer caer al día y que se sobrecogen para hacer la noche. Sueña que en los viñedos las uvas están llenas de vino. Sueña que sus deseos cumplidos suben, en múltiplos de tres, desde el horizonte al cielo, para hacer estrellas fugaces…
¡¡¡Shhh!!!
¡No!, no sueña que las cosas son al revés… ¡tonterías!; ¡nosotros las entendemos al revés porque estamos del otro lado de los sueños!
¡¡¡Shhh!!!

viernes, 23 de abril de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Decimoctavo nocturno

¿Niñez?, qué sé yo... Lejos. Aunque nada, ni nadie, puede estar tan allá. Más alejado que el pensamiento o los recuerdos. Cosas que están adentro... Tan cerca de nosotros.
Pensar y recordar es parte del arte y quien lo hace gira en sí mismo, retrotrayendo la vida a la figura de su esencia. Un plano que separa los ángulos del pasado de los del futuro.
Ventanales de vidrio transparente en habitaciones que dan al patio, al jardín, a la luz... La pieza oscura producía temor; aunque el alivio acudía a la mente porque la noche aún no llegaba.

miércoles, 6 de enero de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Decimoséptimo Nocturno

Tiempo...
Tiempo medido. Tiempo despreocupado. Cosas, que marcaban cosas. Épocas, que marcaban épocas.
Épocas y cosas. El barrilete, las bolitas, las figuritas, el trompo, los picados y lo que se creara marcando un período distinto a lo demás. Todo cabía en un año.
Tiempo y duración son ideas francas. No pueden definirse mejor que por sus propias palabras. Memoria, conciencia lineal y ordenada de pensamientos y acontecimientos.
Tiempo vivido. Ese, que nos sitúa en un centro tosco de experiencias intelectuales, que encausa los datos inmediatos de la conciencia.
Sentimientos confusos de las duraciones. Tiempo del envejecimiento del cuerpo. Un lapso diferente para la niñez. Para los adultos el tiempo corre, vuela más rápido, transformándose de vivido a biológico. De celular a sicológico. ¿No somos, acaso, un reloj de arena vestido sobre el alma y los sentimientos? El envase es deteriorable. Frágil. De sílice, como los granos de adentro que, diseminándose tal cual las semillas al viento, tienen historia. Pero el vidrio, el recipiente, si se astilla lastima, corta, mata... Muere.

De mi libro “Historias en La Mayor (Cuentos que cuentan cuentos)”.
Obra editada y presentada en el año 1998 en la ciudad de Zárate, Bs. As.
Y, en el año 1999, en la Feria del Libro en la ciudad Autónoma de Bs. As.