jueves, 15 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo quinto Nocturno

En mi ciudad hay una calle que muere zambullida en el puerto. Ahí está el río; y eso, para los inocentes y extranjeros, es una alegría bailantera… pero en mi pueblo es una pena... ¿saben por qué?... porque las aguas del Paraná de las Palmas y el aire están contaminados por una realidad negada... los físicos nucleares, políticos y profesionales justifican sus sueldos abultados ocultando la verdad mezquina... pero son tan estúpidos que se mueren pegaditos igual que nosotros, como lo hace esta calle del puerto en la vera del Paraná... No sé por qué un maestro de escuela tiene un sueldo mísero y estos testaferros ganan por lo que ocultan... vaya uno a saber ¿no?

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo cuarto Nocturno

No pude nunca dejar de pensar en el viejo Nicolás. Un primo lejano de mi madre que murió hace años y que de pibe me llevaba a pescar por allá, en el delta, a orillas del Paraná de las Palmas. El viejo, que me enseñó todo tipo de artimañas para la pesca me contaba un cuento, porque creo que era eso, un cuento... en fin… no lo sé… pero el asunto es que mientras vigilábamos las líneas de fondo repetía más o menos esto: “En mis años mozos mi abuelo, que vivía en el sur, allá por la playa “Oriente” muy cerca de la ciudad de Bahía Blanca, me llevaba, muy de madrugada, en las épocas que lo visitaba, a pescar salmones. Yo había leído que los salmones acuden a desovar, en aguas dulces, al lugar en el que nacieron. Para hacerlo viajan grandísimas distancias por el mar y remontan, después, el río hasta esa naciente que buscan. Depositan sus huevos, ni más ni menos que en el mismo lugar donde depositaron los suyos sus padres, sus abuelos y todos los antecesores de su familia... las noches, en las que el viento y el ruido me ayudaban a meditar, decía para mis adentros : Qué lindo es pensar que hay un lugar exclusivo en el mundo, en las profundidades de un río que no conozco, hacia donde van todos los salmones de la tierra en la época de la procreación... seguramente que ahí Dios colocó el primer huevo del primer salmón."
Es algo que penetra mis pensamientos... a lo mejor, a partir de ahora, alguien que haya leído o escuchado esta historia se ocupe de hallar ese sitio... Yo; no me atreví nunca, quizás por temor o por falta de tiempo o dinero y me conformé con pescar uno que otro bagre en este Paraná de las Palmas que día a día pinta de color arcilla mi piel de pensador y pescador frustrado...

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo tercer Nocturno


Hay sucesos que, según como se den, cambian la historia. A eso se le puede llamar procesos lógicos de las indecisiones universales. También existen factores aliados internamente, resultado propio de esos mismos agentes, que hacen que las cosas se den en un sentido único; y si es así, el suceso cae en el terreno de lo lineal o propiedad de las proposiciones estrechas y limitadas. ¿A qué parte de la especulación o, si se prefiere, de los insomnios responde este relato?:
“A la vera de un bosque; un lugareño observa a un animalito campeando en un claro con sus crías. En un momento incierto, una felina feroz se arroja contra el animalito quien instintivamente huye. Un cazador, escondido entre los árboles, descubre el incidente y rápidamente prepara su arma. El lugareño, pendiente de lo que sucede, piensa: “Si el cazador mata a la felina feroz tendrá un gran trofeo; aunque si le da al animalito podrá deleitarse con una exquisita pata asada a las leñas que acompañaría con un guiso de champiñones aromatizado con algunas hierbas comestibles recogidas en el bosque...”
De repente algo sobrecoge al animalito y el lugareño supone que es porque el animal piensa, “si la felina feroz no me consigue volverá para comerse a mis críos”. Por otra parte el paisano cree que la felina feroz especula “¿para qué me canso tratando de agarrar a este duro animal cuando, sin mayores esfuerzos, podría llevarle a mi felino feroz las crías y darnos por igual un banquete?” Es evidente que el cazador continúa dudando y pensando, “¿a quién le doy?”.
El lugareño advierte que el animalito, la felina feroz y el cazador se detuvieron durante un tiempo infinitesimal avasallados por… por la indecisión universal. Todo ser en el planeta queda estático... dudando... ni siquiera corre el menor viento que pueda mover una hoja... ¡se produjo un agujero en la historia de las cosas! ¡La decisión del disparo renovaría todo un sistema vital...!
Pasado ese tiempo infinitesimal, al restaurarse la dinámica, el lugareño disipa la incógnita... ve, fugazmente, resuelto el dilema porque se dio el preciso momento en que el felino feroz hambriento, y por ende expectante, somete al paisano, indefenso, por sus espaldas...”

lunes, 12 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo segundo Nocturno

Chicos de ciudades.
Indios montados en palos de escobas surcando calles con adoquines.
Caritas maquilladas con rayas de pétalos de rosas sobre sombras de corchos quemados.
Vinchas de guerreros. Jirón del delantal de una abuela sosteniendo las plumas arrancadas a un gallo colorado.
¡Arcos, flechas y lanzas de mimbre!
Momentos de llamas amarillentas bailoteando en hornallas de cocinas a querosén, tiznando pavas. Mateadas de adultos sosteniendo sonrisas tibias o tristezas ásperas. Repasadores toscos envolviendo asas de vasijas de vida. Recipientes viejos llenos del vacío sigiloso del que nacen las estrellas. Ayer romántico desprovisto del condimento que aún le falta al hoy. Sabor dulce que es parte del sueño que amarga la boca cuando suena el despertador.
Programas de radio donde las cosas eran lindas porque enlataban aventuras.
Indios que esperaban ocultos detrás de los plátanos el paso de ese carro de lechero, verdulero o panadero que, yéndose un día, dejó un tótem imaginario por donde subían y bajaban las tristezas de los pibes y los recuerdos de los pueblos.
¡Ya no hay carros para atacar! ¡Ni siquiera están sus huellas! Pero siguen creciendo chicos, indios que juegan en ese silencioso vaivén de las cosas perdidas saboreando los dulces sueños que noche por noche, entre madreselvas y campánulas pernoctando bajo el asfalto, se confabulan con las piedras y el polvo...
¡Arrimáte, chico! Bajáte del viejo palo de escoba, despintáte la cara y guardá la vincha.
El indio ya creció y duerme poco...
Es cosa de esperar pacientemente que suene, algo distinto dentro del armazón silencioso, el despertador...

miércoles, 7 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo primer Nocturno


                                                 Requiebro

(De un tango canción compuesto por el autor de estos Nocturnos).
Entre requiebros la ciudad
se esconde del calor del sol,
buscando así calmar su sed
con lágrimas de bandoneón...
Y en su llamado está la voz
del viejo duende que se fue
del barrio aquel
que al fin vio,
que su niñez
como un gorrión
creció y voló.

¡El niño, claro...!
¡Él falta...!
Pero, acaso, ¿no soy yo?         
¡Sí!, te entiendo...¡soy adulto y te defraudé!

Pero otros niños te verán
en calesitas de ilusión
y, entre pliegues de cotillón,
te escucharán decir todo
lo que no aprendí yo.
Ahogada en llanto mi pasión
de verte en el barrio aquél
y, en tus barquitos de papel,
bogar, soñar, cantar...
cual solitario timonel
de aquella infancia que se fue.

Entre congojas la ciudad,
canta a las flores de un balcón
y hurgando así con su vejez,
llena de pena el corazón...
Y en su llamado está la voz
del viejo duende que se fue
del barrio aquel
que al fin vio,
que su niñez
como un gorrión
creció y voló.

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo Nocturno


El hombre deja de ser él cuando habla de sí mismo y es más fácil que cuente su verdad cuando se oculta detrás de una máscara. Quizás sea por eso que los que tienen poder no se expresan con sinceridad. Los otros... los otros, son los que sufren.

jueves, 1 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Trigésimo noveno nocturno


Corría el año 1953, hacía pocos años que habíamos ido a vivir a ese barrio donde dejé las huellas de mis rodillas jugando a las bolitas en las veredas de tierra. En aquellos días esperaba, durante las mañanas, que mi abuelo viniera a visitarnos. Esa mañana fría de un primero de agosto, día en que mi querido viejo cumplía años, vi a mi abuelo venir caminando por la vereda húmeda de escarcha fundida por el tibio calor del sol.
El viejo traía un paquete. Era una caja, por lo que se veía, envuelta en papel madera y atado con varias vueltas de hilo macramé. Corrí por la calle de tierra para abrazarlo y besarlo como lo hacía siempre y le pregunté qué era eso que llevaba. No supe por qué, pero me dijo que eran unos botines para un vecino; que se los había encargado. Le creí. ¿Por qué será que siempre creemos todo lo que nos dicen los abuelos? Después me di cuenta de que me había estado cargando porque, cuando mi madre, más tarde, desató y abrió el envoltorio, de su interior sacó una radio cuadrada color blanco. Lo primero que ella me dijo fue, que no fuera a decirle nada a papá cuando llegara para almorzar. Que esperara a que la viese arriba del aparador porque era su regalo de cumpleaños. ¡Una sorpresa!
Papá trabaja en ese horario que le decían de “pito a pito” y comía al mediodía en casa a causa de ese horario discontinuo. Claro, sería un pasmo. Y todo resultó tal cual. La radio o el radio, como enseñaba la maestra que debía decirse, tenía que “calentarse” para que se escuchara después de enchufada y, tras el giro de un perillón, quedaba bien encendida y se buscaban las estaciones con un dial que arrastraba una bruta aguja, por cierto. Nunca imaginé que vendrían los tiempos de Tarzán, Sandokán, Peter Fox, el Glostora tango Club, las radionovelas con Eduardo Rudy e Hilda Bernard, Poncho Negro y que mi mamá lavara los platos escuchando la novela del mediodía y, qué sé yo cuánto más. La cosa; es que en mi familia tuvimos nuestra primera radio.
A los cuatro meses de aquél día, recuerdo que murió el abuelo y, cosa ridícula, ¿no?, en mi casa la radio estuvo fría y muda por un mes porque había que guardar luto; en fin... Los viejos, entonces, conformaban su tristeza leyendo algún diario y yo disfrutaba del Pato Donald. Eso sí, en la peluquería del barrio leía el Rico Tipo y gozaba mirando las curvas y las bocas de las chicas de Divito. Solamente de martes a viernes, ¿eh?. El sábado, la entrada a la peluquería era para mayores únicamente. Los domingos se jugaba un picado en el campito del barrio y podía escuchar desde alguna radio, puesta con todo, a Fioravanti trasmitiendo un partido...