jueves, 22 de mayo de 2014

Nocturnos, en Clave de Ausencia
Octagésimo octavo nocturno
Un relato de ábacos, estaciones y círculos

Los años pasaron sin darle demasiada importancia al transcurso del tiempo; pero ahora que los sopapos duelen más de lo que jamás imaginé escucho algunas resonancias. Ecos extraños que, sin dudas, tienen que ver con esa extraña mixtura de errores y virtudes que dejé desperdigadas en los innumerables barrios por donde caminé sin darme cuenta de que pincelaban distintas historias y realidades.

Dejé olvidado, vaya a saber en qué rincón de esquina, el ábaco del tiempo. Ha de haber sido un escondite de esos que mantiene tibio el sol en la primavera. Al percatarme de que el verano había pasado y falto de memoria no podía retroceder a hacerme de nuevo con el contador y decidí seguir por el atajo en el que las hojas amarillas del otoño corren a favor del viento. Fue justamente en ese momento, y algo cansado de caminar, cuando entré en el negocio llamado de la vida a comprar un tablero nuevo con menos esferas que el que había dejado olvidado sin percibir que, en realidad, no las podría mover con rapidez porque eran pesadas ya que, sumadas, tenían tanta masa como yo. La cuestión es que al invierno, con suerte, le sigue otra primavera y la vida puede simbolizarse en círculos en los que todos los puntos se unen concéntrica y espiraladamente hacia el lugar donde se apoya la punta del compás; y ahí, en el plano del papel, está el  agujero por donde uno se cae, indefectiblemente, al infierno del Dante… y, bueno; por lo visto, la vida puede terminar siendo un gran paso a la “Divina Comedia”.

Cuando sonó el despertador dejé el sueño y entré en la pesadilla del día sin darle demasiada importancia a la estación del año que me despabilaba. Desayuné frugalmente, me despedí con un beso de mi mujer, y salí a la calle con esa loca idea de que los años pasaron sin darle demasiada importancia al transcurso del tiempo; pero ahora que los sopapos duelen más de lo que jamás imaginé escucho algunas resonancias. Ecos extraños que, sin dudas, tienen que ver con esa extraña mixtura de errores y virtudes que dejé desperdigadas en los innumerables barrios por donde caminé sin darme cuenta de que pincelaban distintas historias y realidades.

Mezclado, sin quererlo, en un piquete llegué a la estación del ferrocarril y ahí descubrí que me habían robado el celular y cien mangos; los gremios terminaban de declarar un quite de colaboración en reclamo de mejoras por lo que los trenes circularían con un atraso de más de dos horas y la put… justamente era mi último día de trabajo… al día siguiente sería un jubilado más de este bendito y vapuleado país.

Mejor habría sido seguir durmiendo, soñando, ¿no?

lunes, 12 de mayo de 2014

 Nocturnos, en Clave de Ausencia
Octagésimo séptimo Nocturno


La Ninfa


Ella baila en enaguas, sin corpiño y descalza, por la costa del río. Él, espiándola oculto en las sombras nocturnas, la ensobra en los remiendos de la noche y la esconde desnuda bajo su almohada. Sueña y le place sentirla anclada en sus entrañas. La aurora la arranca de la cama y, disimulada en la profundidad de un beso, huye velada hacia la tosca del río.

martes, 12 de noviembre de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo sexto Nocturno

Al lado de los sueños, en tiempos de hojas se arremolinan los otoños... qué sé yo...

jueves, 5 de septiembre de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia
 Octagésimo quinto Nocturno


Ensayo
En un ensayo científico - que publiqué hace algunos años y titulé “Cronos, Cosmos y Análisis” - escribí:
…“alguien le preguntó al otro:
- ¿Por qué caminás siempre tan despacio? ¿Para evitar la fatiga?
El otro respondió:
- Camino despacio para que el alma siempre esté más allá de mi cuerpo”…
            Esto se dio cuando descubrí (y puede demostrarse físico-matemáticamente pero no es el propósito hacerlo) que cuando “alguien” ve, a cierta distancia, cruzando una calle al “otro”, éste hará un ínfimo tiempo que se encuentra más allá del sitio en el que aquél lo ubica (el caso puede darse, por lógica, recíprocamente). Las conclusiones pueden ser variadas y para todos los gustos pero nadie puede desechar la idea por no válida (pues ignoraríamos los principios de la mecánica de Galilleo, Newton y Einstein).
            Hoy, a propósito, cuando pienso en la vida transcurrida más que en la ciencia aprendida; doy en cuenta que, faltándome tantos seres amados, acepto las lágrimas de acíbar derramadas por todas las palabras que no dije y la sarta de cosas que me quedaron sin hacer…
Qué sé yo… aunque… ¡¿por qué habré encontrado y releído éste ensayo?!... mi cabeza no para, ¡y no para!; tanto como no se detienen el “alguien” y el “otro”…





lunes, 18 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo cuarto Nocturno

De silencios y bajos


(Pintura de la artista marplatense Susana Roldán)


Tiene asumido, a su altura de la vida, que lo realmente sustancial de la música son los silencios.

Ciertamente, melodía, armonía y ritmo no tendrían razón de ser y cualquier forma musical caería, intrascendente, en oídos sordos y sacos rotos si no fuese por esos diminutos y precisos garabatos que, intercalados y bien usados entre las notas, aparecen en el pentagrama.

¿Y los bajos, ¡esos sonidos que barajan el espíritu de los melómanos!?

¡Ah!, ¡los bajos que tan bien manejaba con sus dedos largos y fuertes de la mano izquierda!

Ahora experimenta algo diferente. Los graves, como pequeños gnomos, se le esconden en el teclado amarillento del piano que envejeció a su par.

Al viejo pianista le tiembla, añosa, la zurda y se empecina en reunir los sonidos más agudos que la diestra, aún ágil, le roba a los martillos que golpean las cuerdas. El oído, algo duro, le juega malas pasadas y no logra escuchar los yerros ni las ausencias de bajos… pero se conforma, a sus años, mirando las flores que, arriba del piano, solitarias asumen que lo sustancial de la música son los silencios.

lunes, 4 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo tercer Nocturno
Joaquina 
Aprendí que el pasado solo hay que recordarlo cuando se puede aprender de él; en caso contrario más vale dejarlo guardado en los bolsillos profundos de la noche para evitar el insomnio.

Esta es una historia que puede ser mía, aunque ha pasado tanto tiempo que, en fin… no importa demasiado en realidad. Las épocas galopan desmedidamente y, por ahí, se es tan rico en historias y mentiras que uno termina creyendo que lo que imagina es parte de su propia sustancia. La escribiré en primera persona, porque quizás tenga mucho de universalidad.
“Se llama Joaquina (nombre de origen hebreo que significa a la que Dios le da firmeza en su vida) y vive en Pozzuoli (Nápoles). Nos conocimos por allá cuando éramos muy jóvenes. Yo, un estudiante poco convencido de lo que mis padres me habían enviado a estudiar, y ella una gringuita hermosa, aplicada, de esas de 9,92 de promedio y del cuadro de honor. Hija del Vicecónsul italiano, un pelado de esos que te tratan bien y hablan enredado mientras te estudia de pies a cabeza. Celoso el hombre, demasiado para mi gusto en aquellos tiempos, muy parecido a lo que fui yo con mi hija quien siempre me hizo recordarla”.
“¡Joaquina! La encontré en facebook y me desarmé. Tardé mucho en decidirme a solicitarle amistad por temor a que no me recordara; al final lo hice y se acordó muy bien de aquel pibe argentino que…”
“Comenzaba la década de 1960, ya casi egresados de la secundaria. Las reuniones familiares en las que bailábamos al son de los discos de Elvis Presley y Pat Boone, mechados entre los tangos que se iban perdiendo, nos barajaban en un mazo afortunado de jóvenes aún inocentes y enamoradizos. Joaquina y yo nos mirábamos en esas fiestas con ese algo especial que solo ocurre entre dos que se gustan y atraen. Bailar con ella era lo más hermoso que podría pasarme. Una tardecita de aquellas se me ocurrió decirle la verdad, que me gustaba mucho, a lo que ella respondió dándome un beso en la mejilla y apretándome fuerte contra su cuerpo me susurró que yo a ella también. Así comenzó todo. Caminatas a las siestas tomados de la mano en dirección al río, sentarnos a charlar y hacer planes en los bancos de la Plaza Italia, uno que otro beso robado a las sombras tempranas de la noche camino a su casa y… pasaron un par de años observados por ese pelado atravesado que, ahora que pasó el tiempo, me doy cuenta de muchas realidades que no contábamos en aquellos tiempos. La cuestión es que en una tarde lluviosa, subidos al colectivo que unía un extremo con el otro de la ciudad, Joaquina me confesó que sus padres regresaban llevándosela a Nápoles. Aún recuerdo aquello y un puño desmedidamente agudo y arrítmico me sigue galopando en el pecho. Como dos criaturas nos largamos a llorar aumentando con nuestras lágrimas el grosor de las gotas de aquella fina lluvia que empapaba la ventanilla. Apenas nos quedaban veinte días para la partida y prometimos vivirlos intensamente y lo hicimos, juro que lo hicimos, y hoy sé que ninguno de los dos nos hemos arrepentido de haberlo hecho… siempre hay una primera vez inexperta, profunda pero dulce que quizás no enseñe lo que pretendemos que nos muestre… pero existe, pasó y… el pasado solo hay que recordarlo cuando se puede aprender de él; en caso contrario más vale dejarlo guardado en los bolsillos profundos de la noche para evitar el insomnio”.

Mar del Plata, 17 de enero de 2013.

domingo, 3 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo segundo Nocturno 
Amores de antaño

No sé por qué pero, en general, ocurre que los tontos ven un jardín bello en el sitio que un sabio presiente un abismo…
Sebastián, mañanas tras días, salía a la puerta de su casa para ver pasar a su vecina, prometedora y hermosa.
Leonardo, también enamoradísimo de Fabiana, competía con Sebastián.
El cuerpo de Fabiana parecía florecer cuidadosamente cultivado semana a semana. Sebastián perdía su mirada acompasada en la cadencia de la cintura de la chica, mientras que Leonardo zambullía y bañaba sus ojos en el escote bajo el que ella ocultaba sus senos.
La joven clavaba los ojos a cada uno de los acalorados mirones y, tras una dulce y provocativa sonrisa, los muchachos quedaban mirándose el uno al otro cuando doblaba en la esquina.
Se hacía tedioso esperar por quién se decidiría Fabiana, aunque quizá fuese por ninguno de los dos.
Sebastián y Leonardo no se percataron que a la vuelta, Manuel, un tipo también joven pero mayor que ellos, espera con beneplácito a la joven y juntos marchaban de gran charla hacia el centro de la ciudad en esas mañanas de verano. Mientras esto sucedía, los chicos se metían en sus casas a preparar los bártulos y se iban a pasar el día en la pileta del club. De todos modos, aunque competían por Fabiana, eran amigos del barrio y tenían juntos sus correrías de jóvenes. Ella ya no iba a nadar ahí y si lo hacía era, al bajar el sol, con sus padres cuando los muchachos andaban paveando por el centro.
La cuestión es que un día, comenzando el otoño, Fabiana se acercó a Sebastián y también llamó a Leonardo. Les dijo que se mudaba a otra, muy importante, ciudad porque a su padre lo trasladaron del trabajo. Ahí iba a estudiar en la facultad y sería profesional. Le dio un tremendo beso a cada uno y diciéndoles adiós con un gestito puntual desapareció de la vida de los muchachos.
Cuenta hoy Manuel, después de muchos años de aquello, que los chicos y él siguieron, superada la decepción, cada cual con su vida.
Fabiana es odontóloga, se casó con Pedro y tiene tres hijos varones; el nombre del mayor es Manuel y, a los mellizos, los llamó Sebastián y Leonardo. Supuestamente, a Pedro le correspondió elegir el nombre de las nenas…
No sé por qué pero, en general, ocurre que los tontos ven un jardín bello en el sitio que un sabio presiente un abismo…