miércoles, 4 de agosto de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo octavo nocturno

Es un morocho, bien negro, que antes era flaco y, más que flaco, escuálido... sus piernas largas parecían enganchadas a un pantalón corto, color negro, y con remiendos negros... sus pies eran y son anchos como una hoja de poto misionero… que yo sepa, nunca tuvo ni tiene a nadie… pero el negro se ríe, como lo hizo siempre, aunque canta un poco más desafinado. Tocaba y toca algo que no son una armónica, ni un clarinete, ni una flauta dulce, ni una guitarra, ni un tambor… bailaba y baila apoyado en sus dedos negros y las uñas más negras que su cuerpo, acariciando un cepillo de crines negras... el negro hoy está un poco más gordo y como lustrabotas nunca lustró zapatos marrones... ¿por qué será?... como ya dije, sigue teniendo pies anchos como una hoja de poto misionero y el cayo del dedo meñique del pie izquierdo le agujerea la alpargata... claro, las alpargatas son bien negras también... mira de reojo al “pato vica”, rubio con cara de bobo, del boliche del centro y se ríe... el otro, de mente estrecha y de sobrenombre Seis Dedos - cinco en cada mano y uno de frente como lo cuenta el chiste - le pregunta: ¿de qué te reís Negro? El morocho piensa la contestación mirándose el agujero de la alpargata: ¿qué sé yo de qué me río? ¡A lo mejor de lo mismo de que te reirás vos cuando te desinfles!... andá a saber... o, andá a la mierda; ¿querés? El pobre negro, de alma y cuerpo, en realidad y como fue y es su costumbre no responde nada y sigue riendo.

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo séptimo nocturno


¿Los ladrones son esos que usan una gorra gris, pañuelo oscuro, y camisetas de colores desteñidos y a rayas? ¡Qué mentira de película! Usan el mismo traje que los ejecutivos, ministros, presidentes, curas y otras yerbas... No hace mucho tiempo atrás paseaba con mi perro, cuando un tipo, aparentemente muy educado, me pidió fuego. Saqué el encendedor, le prendí el cigarrillo cuando me hundía en la panza el frío caño de una pistola... el hijo de puta solamente se llevó mi medio atado y, hablando mal y pronto, se “cagó de risa”. En realidad, a mí me dejó mal parado y a mi perro ladrando. Más o menos un mes después, una mañana, mi manojo de pulgas, al que llevaba al veterinario, reconoció al tipejo… estaba parado, de vigilante, en la puerta de un banco y el can le ladró al uniformado... por lo bajo, y pensando, le dije a mi mascota mientras lo arrastraba: “Vamos, Cascote, no me metás en problemas; a ver si por tu culpa después me fuma los cigarrillos directamente desde adentro del calabozo”... ¿No fumará, este turro, estando de servicio?

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo sexto nocturno


No sé por qué; pero, a veces, el barrio me pega duro. Debe ser porque supone que, por ahí, uno se va y, después, no vuelve... ¡es cierto!... ¡muchos lo han hecho!
Cuando regreso al barrio y lo presiento malhumorado pienso que es de cascarrabias, por reconocerse viejo... no sé... pero desde hoy, cada vez que cruce la calle de mi casa o que arranque en la bicicleta le diré un hasta luego empalagosamente risueño... aunque me agobien las cosas de los tiempos. ¡Lo pensé bien! y, saben ¿qué?; si algún día los malvones y las flores, que dañinamente, robé de pibe se evaporan en el incienso de la maestra olvidada, o de la novia pretendida, o de la moneda sacada a la abuela o del permiso de mamá y... te lo juro, barrio mío; si existe un error probabilístico de que me haga mentiroso, será por alguna de esas inecuaciones que no entendí de tu escuela... de esas cosas inocentes, inescrupulosas, que sin querer serlo se parecen a las falsas promesas que nos enseñaron a hacer los del otro barrio; esos del centro... porque ¿así se vive, viste?... te juro que será porque la calle me disuelve en su época... pero, eso sí, ¿eh?; si me ocurre algo, o muero, fuera de tu territorio, te prometo volver hecho el fantasma que esperás… y tendrás que dejarme ocupar el mismísimo, silencioso, lugar que le das a los otros que, sin querer hacerlo, se fueron...