Septuagésimo sexto Nocturno
Mañana decisiva (Efecto Doppler)
A lo mejor todo,
simplemente, se deba a que decidió jubilar sus anhelos. Vaya a saber por qué
pero el viejo solterón, profesor de Física, acabó envuelto en sus pesadillas
recurrentes; de esas que no se puede salir porque seguramente se traen
enmarañadas desde pibe.
La jubilación le había
llegado por oficio, o ciertamente obligado si se prefiere, hacía casi seis años
y no se acostumbraba a eso; más por no poder continuar el trato cotidiano con
los alumnos y colegas que por lo que se iban deteriorando sus ingresos aunque,
en realidad, no era para menos.
Fueron dos días o mañanas
diferentes y decisivas, al final de cuentas. En la primera resolvió barajar con
un poco más de convencimiento eso que venía mascullando. Debía decidirse por
una cosa u otra.
Miró salir a su hermana, como
lo hacía cada mañana, a hacer las compras para el día. Sonriendo se hicieron
una seña cariñosa de despedida con las manos; la observó alejarse desde la
puerta de calle y meneó la cabeza. Volvió a decirse que aún no era el día; porque,
a pesar de todo, todavía malgastaba ese tipo de dudas que se mezclan con el
silencio del insomnio antes de entrar en la etapa casi obligada del sueño que tarda
en llegar. “Mañana sí… quizás sea mañana”, pensó muy por dentro.
Cuando vio que Matilde entraba
a la panadería de la otra cuadra miró la hora en su reloj pulsera y decidió
salir. Cerró la puerta de calle con llave y tomó en sentido contrario del que
había tomado su hermana. Al llegar a la esquina dobló para la barranca, dirigiéndose
hacia la barrera del ferrocarril. Se cruzó con algunos vecinos y cuando había
hecho dos de las tres cuadras de la suave bajada de la calle con sus naranjos
amargos florecidos escuchó el sonido trepidante del tren que iba pasando a unas
cinco cuadras de él. Volvió a mirar la hora y se dijo “fuera de horario,
atrasado como siempre”. A lo lejos observó que la barrera se levantaba tras el
paso del convoy. Apuró el paso y en pocos minutos llegó a las vías. Caminó
hasta el carril por donde había pasado el tren y miró a lo lejos, hacia donde
los rieles parecen unirse como, teóricamente, lo hacen dos rectas paralelas en
el infinito. Pensó en las veces que había usado ese recurso para la mecánica
Newtoniana cuando los muchachos no entendían demasiado cómo elegir puntos de
referencia para el origen de los vectores que siempre, en un principio,
resultaban serle flechas de indios. Sonrió haciendo que brillasen sus ojos al
recordar esos días. Cuando volvió en sí de sus recuerdos salió del recto camino
de hierro y durmientes regresando sobre los pasos en que había llegado.
Hizo apenas cien metros, dándose
ánimo para caminar barranca arriba, cuando se cruzó con Elsa. Ella; tan linda y
jovial aunque casi, casi, tan vieja como él. Se miraron, se sonrieron y entendieron
que debían marcharse juntos como tantas veces lo habían hecho. Él le extendió
su mano tomando fuerte la de ella y se dirigieron en silencio hasta la casa de
la mujer. Pasaron juntos lo que restaba del día y era entrada la noche para
cuando Enrique volvió a la suya. Matilde lo esperaba con la cena, enojada
porque había faltado al mediodía sin avisarle que lo haría. De todos modos él
se sentó a la mesa y su hermana, sirviéndole en el plato la sopa, le protestó:
- Quisiera saber cuándo vas
a decidir irte a vivir con ella… ya sé lo que me vas a contestar… ¡ya lo sé!, aunque
hace tiempo que no lo decís… “no quiero dejarte sola”… y no entendés, o no
querés hacerlo… yo tengo a mis hijos y los nietos. Además, porque hagas tu vida
con Elsa no significa que nos alejemos. Ella me quiere y yo la quiero… seríamos
más de familia. No sé el por qué de ese estúpido empeño tuyo… me preocupás,
Enrique, en serio que me inquietás. Tenés alguien que te ama y te ponés hecho
un tonto no aceptando esa realidad… si vos también la querés y… mirá que hace
años de esta historia, ¿eh? Más viejo venís y más duro de entendedera y
caprichoso te ponés…
Enrique no contestó palabra.
Simplemente masculló para sus adentros, “tengo que decidirme… tengo que
hacerlo. Estorbo, eso pasa, estorbo”.
Matilde hizo silencio por un
momento, pero después continuó:
- ¿Qué vas a hacer esta
noche? Vienen los chicos. Traerán postre.
- Miraré la televisión – fue
la contestación.
- Como quieras. Apuráte con
la sopa y te sirvo el revuelto de zapallito que ya deben estar por llegar.
No volvieron a hablar.
Enrique terminó con la cena y se retiró a la pieza a ver, como lo hacía todas
las noches, el resumen de noticias en el canal local. Adoraba a su hermana, la
había cuidado con todo amor desde que quedó viuda, pero debía tomar una
decisión. Ella también estaba vieja y cansada. Ya eran muchos años viviendo
juntos. Desde antes de morir su cuñado… pero algo andaba fallando en él y, en
fin, “debía decidirse” se dijo. Confusiones, simplemente desórdenes, “mañana será…
mañana…”. Encendió el televisor y cuando hacía un buen rato de que lo miraba,
recostado en su mullido sillón de la
PC, alguien tocó a la puerta.
- ¡Sí! – contestó.
- ¡Hola tío! - gritaron del
otro lado - ¡¿me explicás un tema, que mañana tengo examen?!... y después
dejáme usar tu compu.
Enrique se paró y fue hasta
la puerta abriéndola.
- Pasá Manuel, entrá. ¿Por
qué esperás siempre a último momento para que te explique algo?
- ¡Ufa, tío! Es una cosita,
nada más. Tengo prueba de Física y no entiendo eso del efecto Doppler. ¿Me lo
explicás y después me dejás revisar el facebook?
- ¡El facebook! ¡Bah! Dále,
andá, sentáte a la mesa y sacá tu carpeta o el libro que te explico lo que
quieras.
- Lo miramos por Internet,
tío…
- ¡Qué Internet, ni qué diablos!
Yo no necesito de eso para explicarte algo. ¿Siquiera trajiste carpeta y libro?
Andá, andá. Sentáte ahí.
Enrique explicó el fenómeno
Doppler e incluso resolvieron algunas situaciones problemáticas de esas que se
podrían presentar en un examen. Manuel usó la PC hasta casi la medianoche cuando Matilde lo
llamó gritándole:
- ¡Vamos, Manuel, que tus
padres y hermanos se van!
El muchacho se acercó a Enrique que estaba recostado en la cama medio
dormido encarando al televisor aún prendido, le dio un beso y las gracias. Se
marchó rápido. Al cerrar la puerta, el viejo profesor se paró y apagó la PC meneando la cabeza
distraídamente. De afuera varias voces gritaron:
- ¡¡¡Chau, tío!!!
- ¡¡¡Chau!!! - gritó.
La mañana llegó rápido sin
haber podido conciliar del todo, como de costumbre, el sueño y Enrique se
levantó, con las ideas medio agitadas, a desayunar. Calentó el agua para tomar
unos mates, preparó unas cuantas tajadas de pan con manteca, saboreó desatentamente
su ligera comida y luego repitió todo lo
que había hecho en la mañana anterior. Esperó a que su hermana saliese a hacer
los mandados y enfiló, calle abajo, hasta la barrera del ferrocarril. Había salido
algo más temprano que el día anterior y apurado el paso. La barrera estaba
abierta. Se paró en la vía por donde debería pasar el convoy y miró hacia el
sitio a esperar que llegara. Desde lejos, como un punto móvil, se acercaba la
mole de acero. Sacó pecho y respiró profundamente. El tren comenzó a tocar pito
y se acercaba a buena velocidad. Él más y más ensanchaba el pecho y abría los
ojos… de pronto se dio cuenta de que el pito del tren cambiaba el sonido, desde
un tono más agudo a uno más grave, a medida de que se aproximaba… recordó la
explicación de la noche anterior del efecto Doppler a su sobrino y se dio
cuenta de que lo estaba comprobando experimentalmente y que, ¡tanto que lo
había enseñado en su carrera!... y; justo en ese momento de decisión universal,
ve que también todo lo agudo de su vida se convertía en grave y pasaría de
largo hasta perderse en un punto distante opuesto, en el otro lado de un tiempo
que no lograría conocer y… dio rápidamente unos pasos hacia fuera de las vías
justo en el momento en que pasaba el tren… hundió el pecho, bajó la cabeza,
esbozó una sonrisa triste como quien se despide de una idea y resolvió volver
sobre los pasos que lo habían traído hasta ahí… a pocos metros Elsa lo estaba
esperando… Enrique la abrazó profundamente y la besó con ansias, se tomaron de
las manos y caminaron rumbo a la casa de ella…
La noche llegó y se sentía
tranquila. Matilde guardó la cena ya fría porque era tarde y la hora de dormir.
Pensó; “bueno, por fin se decidió. Era tiempo. Lo extrañaré pero fue necesario
de que se convenciera por sí mismo. Seguramente mañana vendrán a cenar e
invitaré a los chicos. Habrá un cubierto más en la mesa…”