domingo, 14 de noviembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Septuagésimo nocturno


Está terminando el invierno con sus mañanas oscuras y es por eso que queda la alcoba virtualmente envuelta en telas claras. La tibieza de la cama revuelta se destempla, dejando pendiente el amor para cuando toquen, como mínimo, once nocturnas campanadas. Quizás esta noche llovizne, ¿acaso, no pasa así en este tiempo? Las gotas caerán de los techos de chapa marcando el vaivén de los tiempos perdidos. Mañana... en la oscuridad de la mañana quedará otra vez la alcoba envuelta virtualmente en telas claras. Ya; es septiembre y es tiempo, como lo es cada momento... es tiempo de fidelidad o de engaños, no lo sé... pero sé que es tiempo de amantes...

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo noveno nocturno


Le dije que debía ausentarme por un tiempo y no me pidió explicaciones. Supe que esperaba que sucediera. Al darse cuenta de que algo sospechaba inclinó la cabeza para que la besara en la frente. A mí... a mí, sólo me esperaba el trabajo que, muy de vez en cuando, hacía cuando el dinero se acababa... a ella la disgrega una pasión diferente. Apretó los labios escondiéndolos, como lo hacía desde hacía un tiempo... me separó de su cuerpo pensando en otra cosa. Buscó un compacto y lo llevó al equipo... lo encendió y puso la música... una de esas que jamás escuchamos juntos... simplemente me convencí de que no volvería a verla... salí de la casa, cerré la puerta, la llovizna me empapó la cara y... y, como si el rostro se disolviese, bajo cierta flacidez se debilitó el cuerpo... pensé en mañana... mañana estaría lejos, sin rumbo fijo y, como de costumbre, sin dinero ni esperanzas... sabía que pasado mañana le ataría una cinta al pasado y que al tercer día volvería a estar contento... porque, seguramente, como pasa siempre habré hallado otro par de buenos pechos donde recostar y secar el llanto de mis excusas y... ¿por qué, no?... haré silencio... guardaré mis secretos y... y, ¡Bah!... mujeres faltan... historias y cuentos sobran.

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo octavo nocturno


Quizás sea hora de buscar en otros espacios aquellos lugares en los que intentamos ocultar los sentimientos; sin detenernos a pensar que no hay demasiados recovecos donde hacerlo porque el candor de la lumbre de los cuerpos siempre los delata... como en el juego inocente de las escondidas; donde aprenden a esconderse del amor, con picardía, los chicos...

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo séptimo nocturno


Y la noche va dejando caer su velo de raso bordado con el hilo de muchos sentimientos incontenibles... cosas buenas de hombres malos y cosas malas que, en un arrebato de desencuentros, a veces tienen los hombres buenos...
Y es cierto, porque alguien dejó escrito con suma y pensada sabiduría que “No todos los hombres malos pueden llegar a ser buenos; pero no hay ningún hombre bueno que no haya sido malo alguna vez”... pertenece a San Agustín.
Meditar es algo que nos hace flotar en la serenidad de la noche, un poco ahogada en las gotas del rocío que se condensa, esconde, y desliza por el pétalo de alguna flor de otoño... o de primavera.

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo sexto nocturno


Para un nocturno sin clave ni notas... Un nocturno en la menor y en opus triste...

Me da un poco de tristeza, o me confundo, al ver cómo los más viejos se van... ¿se van tan lentamente que no se dan cuenta de que se van?... ¿somos acaso tan jóvenes los que quedamos?... los que nos quedamos sin darnos cuenta de que a nuestro alrededor algunos se marchan porque sí no más. No importa... démonos a la música con que nos enamoramos, aunque sea para poder llevarnos puesto de abrigo las cosas pasadas; los besos furtivos, las sonrisas forzadas, el vigor que afloja... que flaquea porque algo nos lleva con demasiado apuro al país que creímos que era el de nunca jamás... Después de todo, ¿qué vamos a ser viejos?, si apenas ayer fuimos niños... mañana nos vemos... ¿pasado?, quizás...

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo quinto nocturno


Alguna escribí, o dije, que no me animo a arrojar las cosas que me molestan con demasiada fuerza, porque llegarían muy lejos. Tanto que, a la larga, algún extraño me las devolvería. Y sería sólo eso... un extraño... un extraño al final de cuentas.

Nocturnos, en clave de ausencia

Sexagésimo cuarto nocturno


Es bueno ponerse sentimental... es una forma de reparar en que mientras transcurrió la vida los momentos se escapan, inmensa y pausadamente, por debajo de un paraguas transparente arrancado, de los dedos de una mano débil, por los vientos otoñales que no sé si, en realidad, nos pertenecen... un viento que llega de un cielo que, de cielo, quizás tenga muy poco...