lunes, 18 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo cuarto Nocturno

De silencios y bajos


(Pintura de la artista marplatense Susana Roldán)


Tiene asumido, a su altura de la vida, que lo realmente sustancial de la música son los silencios.

Ciertamente, melodía, armonía y ritmo no tendrían razón de ser y cualquier forma musical caería, intrascendente, en oídos sordos y sacos rotos si no fuese por esos diminutos y precisos garabatos que, intercalados y bien usados entre las notas, aparecen en el pentagrama.

¿Y los bajos, ¡esos sonidos que barajan el espíritu de los melómanos!?

¡Ah!, ¡los bajos que tan bien manejaba con sus dedos largos y fuertes de la mano izquierda!

Ahora experimenta algo diferente. Los graves, como pequeños gnomos, se le esconden en el teclado amarillento del piano que envejeció a su par.

Al viejo pianista le tiembla, añosa, la zurda y se empecina en reunir los sonidos más agudos que la diestra, aún ágil, le roba a los martillos que golpean las cuerdas. El oído, algo duro, le juega malas pasadas y no logra escuchar los yerros ni las ausencias de bajos… pero se conforma, a sus años, mirando las flores que, arriba del piano, solitarias asumen que lo sustancial de la música son los silencios.

lunes, 4 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo tercer Nocturno
Joaquina 
Aprendí que el pasado solo hay que recordarlo cuando se puede aprender de él; en caso contrario más vale dejarlo guardado en los bolsillos profundos de la noche para evitar el insomnio.

Esta es una historia que puede ser mía, aunque ha pasado tanto tiempo que, en fin… no importa demasiado en realidad. Las épocas galopan desmedidamente y, por ahí, se es tan rico en historias y mentiras que uno termina creyendo que lo que imagina es parte de su propia sustancia. La escribiré en primera persona, porque quizás tenga mucho de universalidad.
“Se llama Joaquina (nombre de origen hebreo que significa a la que Dios le da firmeza en su vida) y vive en Pozzuoli (Nápoles). Nos conocimos por allá cuando éramos muy jóvenes. Yo, un estudiante poco convencido de lo que mis padres me habían enviado a estudiar, y ella una gringuita hermosa, aplicada, de esas de 9,92 de promedio y del cuadro de honor. Hija del Vicecónsul italiano, un pelado de esos que te tratan bien y hablan enredado mientras te estudia de pies a cabeza. Celoso el hombre, demasiado para mi gusto en aquellos tiempos, muy parecido a lo que fui yo con mi hija quien siempre me hizo recordarla”.
“¡Joaquina! La encontré en facebook y me desarmé. Tardé mucho en decidirme a solicitarle amistad por temor a que no me recordara; al final lo hice y se acordó muy bien de aquel pibe argentino que…”
“Comenzaba la década de 1960, ya casi egresados de la secundaria. Las reuniones familiares en las que bailábamos al son de los discos de Elvis Presley y Pat Boone, mechados entre los tangos que se iban perdiendo, nos barajaban en un mazo afortunado de jóvenes aún inocentes y enamoradizos. Joaquina y yo nos mirábamos en esas fiestas con ese algo especial que solo ocurre entre dos que se gustan y atraen. Bailar con ella era lo más hermoso que podría pasarme. Una tardecita de aquellas se me ocurrió decirle la verdad, que me gustaba mucho, a lo que ella respondió dándome un beso en la mejilla y apretándome fuerte contra su cuerpo me susurró que yo a ella también. Así comenzó todo. Caminatas a las siestas tomados de la mano en dirección al río, sentarnos a charlar y hacer planes en los bancos de la Plaza Italia, uno que otro beso robado a las sombras tempranas de la noche camino a su casa y… pasaron un par de años observados por ese pelado atravesado que, ahora que pasó el tiempo, me doy cuenta de muchas realidades que no contábamos en aquellos tiempos. La cuestión es que en una tarde lluviosa, subidos al colectivo que unía un extremo con el otro de la ciudad, Joaquina me confesó que sus padres regresaban llevándosela a Nápoles. Aún recuerdo aquello y un puño desmedidamente agudo y arrítmico me sigue galopando en el pecho. Como dos criaturas nos largamos a llorar aumentando con nuestras lágrimas el grosor de las gotas de aquella fina lluvia que empapaba la ventanilla. Apenas nos quedaban veinte días para la partida y prometimos vivirlos intensamente y lo hicimos, juro que lo hicimos, y hoy sé que ninguno de los dos nos hemos arrepentido de haberlo hecho… siempre hay una primera vez inexperta, profunda pero dulce que quizás no enseñe lo que pretendemos que nos muestre… pero existe, pasó y… el pasado solo hay que recordarlo cuando se puede aprender de él; en caso contrario más vale dejarlo guardado en los bolsillos profundos de la noche para evitar el insomnio”.

Mar del Plata, 17 de enero de 2013.

domingo, 3 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo segundo Nocturno 
Amores de antaño

No sé por qué pero, en general, ocurre que los tontos ven un jardín bello en el sitio que un sabio presiente un abismo…
Sebastián, mañanas tras días, salía a la puerta de su casa para ver pasar a su vecina, prometedora y hermosa.
Leonardo, también enamoradísimo de Fabiana, competía con Sebastián.
El cuerpo de Fabiana parecía florecer cuidadosamente cultivado semana a semana. Sebastián perdía su mirada acompasada en la cadencia de la cintura de la chica, mientras que Leonardo zambullía y bañaba sus ojos en el escote bajo el que ella ocultaba sus senos.
La joven clavaba los ojos a cada uno de los acalorados mirones y, tras una dulce y provocativa sonrisa, los muchachos quedaban mirándose el uno al otro cuando doblaba en la esquina.
Se hacía tedioso esperar por quién se decidiría Fabiana, aunque quizá fuese por ninguno de los dos.
Sebastián y Leonardo no se percataron que a la vuelta, Manuel, un tipo también joven pero mayor que ellos, espera con beneplácito a la joven y juntos marchaban de gran charla hacia el centro de la ciudad en esas mañanas de verano. Mientras esto sucedía, los chicos se metían en sus casas a preparar los bártulos y se iban a pasar el día en la pileta del club. De todos modos, aunque competían por Fabiana, eran amigos del barrio y tenían juntos sus correrías de jóvenes. Ella ya no iba a nadar ahí y si lo hacía era, al bajar el sol, con sus padres cuando los muchachos andaban paveando por el centro.
La cuestión es que un día, comenzando el otoño, Fabiana se acercó a Sebastián y también llamó a Leonardo. Les dijo que se mudaba a otra, muy importante, ciudad porque a su padre lo trasladaron del trabajo. Ahí iba a estudiar en la facultad y sería profesional. Le dio un tremendo beso a cada uno y diciéndoles adiós con un gestito puntual desapareció de la vida de los muchachos.
Cuenta hoy Manuel, después de muchos años de aquello, que los chicos y él siguieron, superada la decepción, cada cual con su vida.
Fabiana es odontóloga, se casó con Pedro y tiene tres hijos varones; el nombre del mayor es Manuel y, a los mellizos, los llamó Sebastián y Leonardo. Supuestamente, a Pedro le correspondió elegir el nombre de las nenas…
No sé por qué pero, en general, ocurre que los tontos ven un jardín bello en el sitio que un sabio presiente un abismo…

Nocturno, en Clave de Ausencia

Octagésimo primer Nocturno
Proverbio japonés

Un amigo japonés de mis años más jóvenes decía: “mejor que mil días de estudio es un día con un gran maestro”. No sé qué fue de él, ya que no lo volví a ver, pero por mi parte continúo buscando a ese maestro que, como suceden muchas cosas en la vida, puede que lo haya encontrado y no lo reconocí como tal. Nunca es tarde para probar suerte si bien no le doy demasiado crédito, a esta altura de mi vida, al azar y por costumbre sigo estudiando…
Esa mañana salí contento y rápido del supermercado que está a una cuadra de mi casa, casi no tuve que hacer cola en la caja para pagar las ofertas del día. Caminé hasta  mi perro, que había dejado atado al caño enterrado en la vereda y que ostenta el cartel “No Estacionar”, lo acaricié y me distraje con él por un momento. Para esto estacioné el changuito - que mi mujer consiguió de oferta en la feria comunitaria del barrio - con todo lo que había comprado, pegado a la puerta de acceso al local. ¡Ay!... ¡Cuando me di cuenta de que un hijo de la gran puta me había afanado el chango!… Puteando, como hacía rato que no puteaba, miré para todos lados y ¡nada!; se lo había tragado la tierra. ¡Encima pegaban fuerte en mi bolsillo las seis botellas de torrontés que pagué al precio de cinco! Me acaricié la cabeza – en la tarde del día anterior pedí a mi nuera, peluquera aficionada, que me pasara “la cero” para que el corte de jubilado durara mes y medio - y los pelitos me pinchaban la palma de la mano derecha (con la izquierda sostenía al perro) dándome una sesión calmante de acupuntura. Un hombre, elegantemente vestido, se acercó y preguntó qué estaba pasando. Le conté que me habían robado a lo que respondió con las trilladas frases: “Qué barbaridad, cómo se vive hoy en día. Hay que cuidarse con todo y de todos”. No sirvió de mucho el comentario pero, en fin, el tipo había mostrado al menos un gesto de preocupación al verme tan enojado como estaba. Sostenía fuertemente un sobre grande de cuero y dijo: “Ud. disculpe; sé que está preocupado por lo que le pasó, pero ¿no sabe de alguien que quiera comprar una Notebook completita y con muy poco uso?” Le respondí que no tenía la más pálida idea. El hombre siguió diciendo: “Mire, la tengo aquí”. Abrió el sobre mostrando un hermoso equipo. En realidad la unidad se veía enterita y cuidada. Enseguida la guardó. “Y, ¿cuánto pide Ud.?”, le pregunté. “La vendo de apuro… por mil doscientos mangos la largo”, contestó. Esperé un rato, lo miré a los ojos y al parecer esperaba una oferta de mi parte. “Le doy mil”, le dije. El tipo meneó ligeramente la cabeza y preguntó: “¿Los tiene Ud.?” Le respondí que encima no, pero que si aguardaba un momento iba hasta el cajero automático del Banco, a una cuadra, y se los traía. Medio dudó, pero después dijo: “Bueno, déle, lo espero. Déjeme al perro, se lo cuido”. Primero titubeé, pero después le vi cara de honesto y acepté la propuesta.
Dejé al pobre perro con el hombre y fui hasta el Banco, extraje del cajero los mil pesos y regresé rápidamente. Al verme llegar sonrió y dijo: “No se va a arrepentir, va a ver. Es una pichincha y me hace un gran favor. Aparte recupera más de lo que perdió con el robo del changuito, ¿no le parece?”. Asentí, le pagué y el tipo me entregó el sobre de cuero y al perro que, contento, movía la cola. Tras darme una suave palmada se fue caminando, sin mayores apuros, guardándose los diez billetes de cien pesos en el bolsillo del pantalón. Quedé mirándolo hasta que despareció al doblar en la esquina. “Bueno, no hay mal que por bien no venga” le comenté al chicho y juntos nos fuimos para mi casa.
Entré y mi mujer estaba esperando preocupada. Me preguntó con pocas pulgas: “¿Dónde te quedaste?” Por ahí se dio cuenta de que había vuelto sin el changuito y siguió: “¿Y lo que te encargué?”. “Me robaron el chango con todo lo que compré y la puta madre que lo parió”; me apuré a responderle. “¿Cómo que te robaron las cosas?”, dijo, y continuó: “¡Seguramente las dejaste solas y te pusiste a pavear con el perro!” No le contesté y mientras seguía rezongando salí al patio a soltar al chicho. Dejé el sobre de cuero arriba de la mesada de la parrilla y entre tanto mi mujer se hacía oír diciendo: “¡¿Qué habrá traído en ese sobre de cuero?!… Mejor me voy porque si no lo mato. No se le puede mandar a hacer nada, ¡por Dios! ¡Espero que no haya gastado, sin consultarme, en alguna porquería inútil de esas que siempre se le ocurre!”… y salió a la calle. Cuando estuve seguro de que no regresaría abrí, entusiasmadísimo, el sobre y grande fue mi sorpresa cuando en su interior encontré un montón de panes de jabón de tocador muy compactamente arregladitos que perfumaban el aire de alrededor…
“¡¡¡Ay, ay, ay; tragáme tierra…!!!”, grité, acordándome de aquel amigo japonés y su proverbio: “mejor que mil días de estudio es un día con un gran maestro”.

Mar del Plata, 02 de Febrero de 2013.

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo Nocturno
Rasantiago-jo y Richi-ji
(Para todos mis nietos y cada chico de este mundo).
(A la docente zarateña Judith Monteiro que tanto usó este cuento con sus alumnos).            ...
...Una plaza, el verde de las plantas bajo un cielo celeste y los vivos colores de las flores. El canto de los pájaros y el rumor de las voces de quienes se columpiaban al son de las ráfagas del viento que improvisaban un embudo con la tela...
Una tela marchita y olvidada en ese banco de piedra.
Quizás una tela arrojada a propósito para que él y sólo él, vaya a saber por qué, la encontrara.
El dibujo era lindo. Sólo bastaría pintarlo. En el reverso se explicaba una manera de hablar diferente. Se anteponía la sílaba ra, re, ri, ro, ru y se terminaba con ja, je, ji, jo, ju, a todas las palabras. Por ejemplo, su nombre Santiago se pronunciaría Rasantiago-jo, caramelo se diría racaramelo-jo. Debía prestarse mucha atención a la primera y ultima vocal. Los monosílabos, salvo que fueran un nombre propio, no sufrían ninguna modificación. Riquiero-jo ir a rujugar-ja, significaría quiero ir a jugar.
Entusiasmado, Santiago llevó el dibujo a su casa y sin perder un sólo momento lo cubrió de pálidos colores, porque algo en su interior se lo hacía ver así.
Su obra había quedado rara, o más bien extraña, aunque la sentía hermosa.  Era un camino amarillo rodeado de un prado ceniciento que se perdía en el ocaso mientras que el sol se ensobrara pálidamente en el horizonte.
Se quedó mucho, pero mucho tiempo observando su obra apoyada en el atril.
El tiempo pasaba y pasaba zambulléndose en Santiago hasta que él mismo se ahogó en el seno de sus pensamientos. De pronto...
¡De pronto se encontró caminando por ese polvoriento y amarillo camino, rodeado de un prado color ceniza sosteniendo un pálido atardecer!
Se sintió feliz... Sí, ¡feliz y libre!
Giró sobre sí mismo y contempló el paisaje. No muy lejos divisó un montón de cosas que parecían árboles y enfiló hacia ahí.
Mientras caminaba, alguien a sus espaldas lo llamó:
- ¡Rasantiago-jo! - Sorprendido se detuvo y dio la media vuelta.­ ¡Rasantiago-jo!
Una figura que no sobrepasaba la altura de sus rodillas corría hacia él.
- No retemas-ja. Soy Richi-ji - Le dijo la criatura sonriendo - Te reesperaba-ja, redesde-je rahace-je un ritiempo-jo.
Santiago se dio cuenta de que la criatura hablaba como estaba escrito en la parte de atrás de su dibujo. Con alegría y satisfacción comprendió que se llamaba Chi y le preguntó:
- ¿Rodónde-je reestoy-ji?
- Raaquí-ji en la ritierra-ja. En el raaño-jo rodosmil-ji riciento-jo resesenta-ja y roocho-jo.
- ¡Oh! ¿En qué rulugar-ja?
- En la ritierra-ja.
- Sí, reestá-ja bien. Repero-jo ¿rodónde-je reestán-ja las riciudades-je?
- No hay riciudades-je.
-¿Por qué?
- Se redestruyeron-jo en la reguerra-ja.
- ¿En qué‚ reguerra-ja?
- ¡En la runuclear-ja!
- ¿Rucuánto-jo rahace-je?
- Rumuchos-jo raaños-jo.
- Repero-jo ¿rodónde-je rivivís-ji?
- En el robosque-je de ratataques-je.
- ¿De ratataques-je?
- Sí; raárboles-je rigigantes-je - Señaló en el sentido por donde caminara Santiago cuando él se le acercó- Raaquellos-jo. ¿Ves? Ven, ravamos-jo.
Se tomaron de la mano y caminaron de prisa hacia el bosque de "tataques". A lo lejos brincaba un animal muy parecido a un caballo. Fue entonces que Santiago preguntó:
- ¿Qué raanimal-ja es reese-je?
- ¡Ah! Un racaba-ja. Rocomo-jo el racaballo-jo de rahace-je rumuchos-jo raaños-jo raatrás-ja.
Mientras se acercaban  al bosque y a medida de que se hacía la noche vieron muchos animales. Entre ellos, un zor, un per, un ga, supuestos descendientes del zorro, del perro, del gato... Pájaros y muchas clases de aves. Todos animales parecidos a los que conocía Santiago, pero más pequeños, hechos para el mundo de Chi.
En ese idioma raro, pero tan pintoresco, mientras se apresuraban para que no los cercara la noche, Chi contó cosas que habían sucedido durante muchos años atrás. Habló del hombre, los ascendientes del hom o personas como él. Conversó sobre un egoísmo que llegó a ser tan, pero tan deplorable que el sano juicio desapareció por completo. Dijo que se perdió toda forma de pudor dominando al mundo la materia y los caóticos fantasmas de las pesadillas del dinero, del éxtasis vertiginoso de la droga y de la mortal turbación que produce el poder... Se crearon armas cada vez más y más poderosas, sustancias que producían las más aberrantes confusiones... Se destruyó el medio ambiente y el hombre se desconoció y despreció a sí mismo...
Habían ya casi llegado a los primeros “tataques” cuando Chi contaba de un antepasado suyo, un gran hombre. Un artista que había dibujado un sueño en el que bosquejó un paisaje del futuro; pero, según cuentan, jamás le llegó a dar color. La guerra no permitió que lo pintara...
Santiago interrumpió para preguntarle a Chi sobre qué cosas habían quedado de aquella época que, en realidad, eran parte de su propio tiempo.
- Ranada-ja. -Respondió Chi. - Ruhubo-jo, rahasta-ja que raaprender-je a raamar-ja.
- ¿Y rocómo-jo se rupuede-je reevitar-ja que reeso-jo rusuceda-ja?
- No redejando-jo que se ripierda-ja el raamor-jo. Ravalorando-jo y rucuidando-jo las rocosas-ja risimples-je de la rivida-ja...
Penetraron la arboleda y en ella había muchas criaturas como Chi. Todas sonreían. Todas demostraban paz.
Compartieron la comida y aunque aparentaba rara, Santiago no preguntó qué era ni cómo estaba hecha. A pesar de todo gustaba bien.
Encendieron fuego  y el ambiente se sintió tibio.
Cantaron, rieron y bailaron.
Santiago se encontró a gusto y aunque no vio las estrellas, porque el bosque era frondoso, las sintió sobre su cabeza.
La noche lo indujo a dormir y cuando despertó, en la mañana, todos se ocuparon de él.
Desayunó con algo parecido a la leche y le parecía como si no existiera el tiempo. Sólo tenía noción de espacio.
Chi se le arrimó y lo invitó a correr al prado. Salieron del bosque y mientras corrían y jugaban, sobre un conjunto de arbustos multicolores, algo conocido para Santiago se posó en una flor. Era una mariposa. ¡Una mariposa como las de su tiempo!
- Qué es reeso-jo? -Preguntó Chi extrañado.
- Ruuna-ja ramariposa-ja -Le respondió Santiago.
- ¿La rereconocés-je?
- Sí.
Santiago tomó al animalito suavemente entre sus manos y con emoción miró a Chi, quien con lágrimas en los ojos dijo:
-Rucuidála-ja Rasantiago-jo... ¡Por rafavor-jo, rucuidála-ja!
Fue en ese justo momento en que el suelo, la tierra misma, comenzó a vibrar... ¡Un gran terremoto se avecindaba!
­ Rocomo-jo rupuedas-ja, reescapáte-je... Reésta-ja es la reherencia-ja que nos redejó-jo la ruúltima-ja reguerra-ja. Por rafavor-jo reevitála-ja. ¡Rasaltá-ja raafuera-ja del rucuadro-jo! ¡Rerregresá-ja a tu ritiempo-jo! ¡Raamigo-jo!... ¡Raadiós-jo Rasantiago-jo!
Santiago lo miró con miedo, pero Chi sonreía.
- ¡Raandáte-je! ¡Yo reestaré-je bien te lo roprometo-jo! ¡Raadiós-jo! - Y la criatura se despidió corriendo; tambaleándose al compás de los temblores…
De pronto Santiago se encontró nuevamente en su dormitorio y, con las manos suavemente unidas, ¡miró su pintura!
Sintió un suave cosquilleo en sus palmas y, entreabriendo los dedos, algo se escapó volando buscando la luz. Rápidamente abrió la ventana, miró el cielo azul, los hombres de la calle, el verde de los  árboles y el rojo de una rosa que, en un pétalo albergaba a una mariposa...
Levantó incomprensiblemente sus pequeños brazos dejándose escapar en su espacio, volvió a mirar la pintura y gritó, tras un sollozo, angustiado:
-¡Te lo prometo, amigo...! ¡Te lo aseguro, Chi...!
La mariposa entró despreocupadamente, dibujando firuletes en el perfumado aire de la habitación de Santiago, se posó en el cuadro y...
Y quedó pintada, románticamente viajera, en el espacio y el tiempo...
...
[Zárate, Agosto de 1992 - Actualizado en Mar del Plata en Agosto de 2012]                                        

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Septuagésimo noveno Nocturno

Un misterio de barrio:

Fue en mis tiempos de pibe que conocí a Angélica, una vecina a la que los chicos del barrio respetábamos mucho. Nos contaba historias fantásticas. Entre tantas nos contó que, en la manzana, dos de las esquinas opuestas en diagonal estaban embrujadas. Esquinas en las que, cada noche, alguien que ninguno jamás vio ponía letreros mágicos recordando gente del pueblo que había muerto muy, pero muy de viejas. Fantasmas que conversaban pero nadie oía.

El misterioso personaje, según contó Angélica, colocaba los carteles apenas pasada las diez de la noche y los retiraba antes de que saliéramos para ir a la escuela. Me arrepiento, enormemente, de no haberme dado un tiempo para hablar, ya de grande, con esta mujer que hace años se retiró misteriosamente de la vida.

Cuentan hoy los vecinos más mayores que, cuando vuelven tarde de alguna juerga nocturna, ven carteles misteriosos en esas dos esquinas y que a la mañana no están más porque alguien los retira.
Hoy, cuando les conté esta historia a mis nietos, me miraron con extrañeza y se rieron. Ellos dijeron: “Andá, abuelo, el tipo que pone y cambia los carteles sos vos, ¿no es cierto?...”
En fin; los tiempos cambian, ¿no?

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Septuagésimo octavo Nocturno


FRUTA AMARGA
[Semblanza de una calle de barrancas, a principios de la década de 1960, con amores de estudiantes].

La noche envuelve con pereza las sombras y los silbidos del silencio se hacen más agudos con las imágenes fantasmales del tiempo.
Se ha ido.
¡Son tantas las noches en que partió, y de espera, que el regreso escarba lejano!
El cuadro huele a suaves perfumes evaporados de una subida nacida en la profundidad de otra calle en bajada que, acariciando casas viejas, muere ahogada en la greda del río.
En el dibujo, una bombilla amarillenta oscila al borde de la escalera que desciende a enrollarse en las bobinas de papel; las voces de los estudiantes se mezclan con el jadeo invernal; los alientos se condensan regando la acera húmeda; una vereda se esconde en las lazadas y puntos del crochet de telarañas de épocas; la arteria, palpitante, guarda secretos de pibes temerosos al “no” de alguna pretendida novia; amores que el tiempo dejó en el recuerdo y de otros que los años mantuvieron juntos.
Por esa calle se llegaba hasta la fatigosa y asmática usina del pueblo. Por esa calle se enmarcaron surcos de bicicletas cargadas de obreros camino a las fábricas. Por esa calle noviamos y en ella aún, en las noches frías, las naranjas maduran amargas en los naranjos descuidados.
Todo no es más que hielo derretido; momentos robados a la suerte y de años locos con saetas voladoras que no se aprendieron a esquivar.
La calle perezosa, con resabio a fruta amarga, aguarda.
Se ha ido.
¡Son tantas las noches en que partió, y de espera, que el regreso escarba lejano!

Mar del Plata, 16 de agosto de 2012.

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Septuagésimo séptimo Nocturno

Después de sesenta años



El sol acaricia la mañana desde un cielo limpio de nubes.

Pedro, sentado en un banco del muelle de pescadores zambulle su mirada en cada ola que se disuelve en el acantilado. Por algunos instantes se lo ve escuchando con atención y en otros asiente agudamente. En cierto momento, un poco exasperado, responde: “No creas, David, que todo fue ni es tan simple… no siempre podés conseguir lo que querés; aunque si inistís, por ahí, obtenés lo que necesitás”.

El otro dice algo que, por lo visto, toca profundamente a Pedro quien levanta la vista fijándola a un costado del banco y, agitando las manos, responde “… es cierto, David, es cierto. Si la razón deja que la fantasía actúe por su cuenta, la imaginación termina produciendo monstruos imposibles”.

Aníbal, que había bajado a caminar un rato por la playa, regresó y parándose frente a su padre le pregunta extrañado:

- ¿Estás hablando solo, papá?

- Solo no, con David – contestó el hombre.

- ¿David?

- Sí, David, el amigo imaginario de mi infancia. Crecimos juntos pero un día, inexplicablemente, él se fue… o me fui yo, no lo sé… ¡nos reencontramos después de sesenta años! Él se puso demasiado sabio y yo por demás de viejo.

Aníbal menea la cabeza; ríe porque cree que su padre bromea, le apoya la mano en el hombro y dice:

- Vamos, viejo; mamá, los chicos y mi mujer nos esperan para almorzar.

El hombre se para obediente y, sin despegar la mirada del banco, propina una sonrisa de despedida mientras pregunta silenciosamente, como seguramente lo hizo un día en sus años más inocentes, “¿volveremos a encontrarnos, amigo?”…

Pedro y Aníbal se alejan perdiéndose entre la gente.

El sol acaricia el fin de la mañana desde un cielo limpio de nubes.

David se disuelve, como lo hacen las olas, en el seno del acantilado.



 Mar del Plata, 23 de Noviembre de 2012.