miércoles, 12 de mayo de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo tercer nocturno

No sé si es correcto sentirlo así, pero ¿quién puede discutirlo? Hoy, a mi terapeuta mientras anotaba la fecha y mi nombre en su cuaderno de notas le dije: “llegué caminando... la mañana está linda para caminar.” Ella me miró, se sonrió y arrojó con suavidad la lapicera arriba de la página en la que anota algunas cosas que, supongo, tendrán que ver con mis rayones. Como seguía sin decir nada le conté lo que había venido pensando en mi caminar, despreocupado, hasta el consultorio. Le dije: “Vea, yo no creo en la edad.” Me miró y preguntó a qué se debía esa conjetura. “No sé, ¿por qué?” y continué, “cumplí sesenta y seis años y el menor de mis amigos soy yo”. Ella siguió mirándome, escuchando, sin escribir nada; en realidad no buscaba que lo hiciera porque lo que le decía lo interpreté como algo fuera del contexto de mi sesión de ese día. Un comentario, al final de cuentas, sin importancia. Pero como se hizo una pausa un poco larga continué: “Se me ocurre que todos nosotros, los que somos más viejos debemos de tener en los ojos algo de pibes; aunque los pibes, cuando nos observan con detenimiento, a mí me parece, que lo hacen como si fuésemos ancianos.” Ella reaccionó diciendo: “A ver, a ver, ¿cómo es eso?”. “Qué sé yo, - continué diciéndole - ¿usted, no vio que los pibes en las escuelas se refieren a los profesores nombrándolos, por ejemplo, como el viejo de historia o la vieja de física...?” Ella se rió como si lo mío fuera una ocurrencia tonta. Eso me molestó, por lo que le dije: “Mire no se ría porque usted tiene menos de cuarenta y mi nieto cuando se refiere a usted, como su docente en la escuela, le dice la vieja del gabinete”...

La cuestión es que no escribió nada en mi hoja y me dio una explicación del asunto, por ahí, quizás freudiana mezclada con algo del Gestalt - supuse yo en mi ignorancia - que me dejó como preparado para que pensara en cualquier otra pavada de regreso a mi casa. Le pagué la sesión y cuando salí del consultorio repetí, para mis adentros, que yo seguía en lo mismo; que no creía en la edad y que mis amigos tenían razón en eso de que los sicólogos no te resuelven nada, simplemente uno paga un espacio en el que podés decir lo que mejor se te ocurra relacionado con vos mismo y que eso es lo que te ayuda a curarte de algunos rayones... En fin.

El tema es que no habría caminado más de cinco cuadras cuando, al cruzar la calle, un pibe que circulaba en bicicleta y en contramano casi me sienta de traste. Encima el mocoso me gritó: “¿por qué no mirás por dónde caminás, viejo de mierda?” Pensé en mandarlo a la put..., pero me contuve. Quizás la sesión de terapia, aunque no la había entendido muy bien, me habría servido de algo... Digo, no más, ¿no?

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