lunes, 17 de mayo de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo sexto nocturno

La mesa...
Un ensamble de tablas anchas sobre la que apoyaba o aún apoyo el papel en el que escribo o escribía, por ejemplo, estas cosas. Estas cosas que nacen o nacían, ¿quién sabe de qué profundidad de mi mente o de qué figura material trastornada del universo? La mesa, desnuda, no tiene ni tuvo siquiera una planta ni el recuerdo de una flor. Las plantas y las flores están o estaban en las frases escritas... frases dictadas por fantasmas de madera, tinta y papel...
En fin, ¿por qué no?
Debo atreverme y contarlo, después de todo son cosas de escritores...
Anoche...
Anoche me dormí, no sé por cuánto tiempo, cuando el universo golpeó a la puerta de mi conciencia... pegó tan fuerte que me despertó. En el centro de la mesa, lejos de la pila de papeles, imaginé una hermosa planta verde y ocre; y, en un florero, un jazmín. Me incorporé asustado, corrí hasta la realidad y desde ahí le pregunté a la mesa: “¿por qué querés cambiar ahora?”... Como nada ni nadie me contestaba, nuevamente me acerqué a la mesa y me senté frente a la pila de papel y... y, leí lo que me figuré que ahí estaba escrito: “Dejá las preguntas... ya lo sabemos... a mí, tanto como a tus versos que intentás convertir en prosas nos queda poco. La planta y la flor son símbolos... vos y yo, ya lo dejamos todo.”
Era la madrugada y me dije con severidad... “¿¡Por aquí, quién anduvo escribiendo eso!?”
Por primera vez en mi vida, sentí que el universo no quiere ni quiso responderme.

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