martes, 11 de mayo de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Vigésimo primer nocturno

Callar. Manera de regañarle a las reflexiones.

Reflexionar. Combinar lo que se observa con lo que se escucha.

Dudar. Guardar los pensamientos.

Vivir. Aprender a hablar después de callar, reflexionar y dudar.

Incertidumbres. Pequeñeces que se arraigan. Que se llevan desde la niñez. Conflicto con lo desconocido. Tristezas que se avecinan a las reprimendas.

Retos, regaños y celos, que nos recluían en un rincón. Que nos hacían maquinar una historia. Una novela. Novelón profundo que aceleraba el brote de las lágrimas y los sollozos.

Reprimendas justas o injustas. Tristezas que hacían imaginar cosas... Que me escaparía. Que los años pasarían. Que viviría miserablemente. Que algún día volvería tocando a la puerta de mi casa y mamá no me reconocería. Que...

¡Bah! El momento pasaba y la penitencia se diluía en la sopa de la cena. La incomprensión se disolvía en el sueño reparador del imaginario recorrido por tantos caminos desconocidos. Una cama acojinada no sólo por sábanas y frazadas. Más bien, abrigada por el dulce beso del hasta mañana. Beso que, en la frente, nos daba mamá.

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