domingo, 3 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Octagésimo segundo Nocturno 
Amores de antaño

No sé por qué pero, en general, ocurre que los tontos ven un jardín bello en el sitio que un sabio presiente un abismo…
Sebastián, mañanas tras días, salía a la puerta de su casa para ver pasar a su vecina, prometedora y hermosa.
Leonardo, también enamoradísimo de Fabiana, competía con Sebastián.
El cuerpo de Fabiana parecía florecer cuidadosamente cultivado semana a semana. Sebastián perdía su mirada acompasada en la cadencia de la cintura de la chica, mientras que Leonardo zambullía y bañaba sus ojos en el escote bajo el que ella ocultaba sus senos.
La joven clavaba los ojos a cada uno de los acalorados mirones y, tras una dulce y provocativa sonrisa, los muchachos quedaban mirándose el uno al otro cuando doblaba en la esquina.
Se hacía tedioso esperar por quién se decidiría Fabiana, aunque quizá fuese por ninguno de los dos.
Sebastián y Leonardo no se percataron que a la vuelta, Manuel, un tipo también joven pero mayor que ellos, espera con beneplácito a la joven y juntos marchaban de gran charla hacia el centro de la ciudad en esas mañanas de verano. Mientras esto sucedía, los chicos se metían en sus casas a preparar los bártulos y se iban a pasar el día en la pileta del club. De todos modos, aunque competían por Fabiana, eran amigos del barrio y tenían juntos sus correrías de jóvenes. Ella ya no iba a nadar ahí y si lo hacía era, al bajar el sol, con sus padres cuando los muchachos andaban paveando por el centro.
La cuestión es que un día, comenzando el otoño, Fabiana se acercó a Sebastián y también llamó a Leonardo. Les dijo que se mudaba a otra, muy importante, ciudad porque a su padre lo trasladaron del trabajo. Ahí iba a estudiar en la facultad y sería profesional. Le dio un tremendo beso a cada uno y diciéndoles adiós con un gestito puntual desapareció de la vida de los muchachos.
Cuenta hoy Manuel, después de muchos años de aquello, que los chicos y él siguieron, superada la decepción, cada cual con su vida.
Fabiana es odontóloga, se casó con Pedro y tiene tres hijos varones; el nombre del mayor es Manuel y, a los mellizos, los llamó Sebastián y Leonardo. Supuestamente, a Pedro le correspondió elegir el nombre de las nenas…
No sé por qué pero, en general, ocurre que los tontos ven un jardín bello en el sitio que un sabio presiente un abismo…

2 comentarios:

  1. Que preciosa manera de describir una amistad de juventud, que no se apaga lo más mínimo a pesar de la rivalidad.
    Me encanta leerte, amigo.
    Me pregunto si ella llegaría a sentir por todos algo puesto que le puso a sus hijos sus nombres.
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias, querida Beatriz, por tu tan importante y cariñosa presencia en mis cosas. Bien conoces de mi admiración por tu arte; algo que no dejará jamás de tener una profunda esencia, ten la plena seguridad.

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