Después de sesenta años
El sol acaricia la mañana desde un cielo limpio de nubes.
Pedro, sentado en un banco del muelle de pescadores zambulle
su mirada en cada ola que se disuelve en el acantilado. Por algunos instantes se
lo ve escuchando con atención y en otros asiente agudamente. En cierto momento,
un poco exasperado, responde: “No creas, David, que todo fue ni es tan simple…
no siempre podés conseguir lo que querés; aunque si inistís, por ahí, obtenés
lo que necesitás”.
El otro dice algo que, por lo visto, toca profundamente a Pedro
quien levanta la vista fijándola a un costado del banco y, agitando las manos,
responde “… es cierto, David, es cierto. Si la razón deja que la fantasía actúe
por su cuenta, la imaginación termina produciendo monstruos imposibles”.
Aníbal, que había bajado a caminar un rato por la playa, regresó
y parándose frente a su padre le pregunta extrañado:
- ¿Estás hablando solo, papá?
- Solo no, con David – contestó el hombre.
- ¿David?
- Sí, David, el amigo imaginario de mi infancia. Crecimos
juntos pero un día, inexplicablemente, él se fue… o me fui yo, no lo sé… ¡nos reencontramos
después de sesenta años! Él se puso demasiado sabio y yo por demás de viejo.
Aníbal menea la cabeza; ríe porque cree que su padre bromea,
le apoya la mano en el hombro y dice:
- Vamos, viejo; mamá, los chicos y mi mujer nos esperan para
almorzar.
El hombre se para obediente y, sin despegar la mirada del
banco, propina una sonrisa de despedida mientras pregunta silenciosamente, como
seguramente lo hizo un día en sus años más inocentes, “¿volveremos a
encontrarnos, amigo?”…
Pedro y Aníbal se alejan perdiéndose entre la gente.
El sol acaricia el fin de la mañana desde un cielo limpio de
nubes.
David se disuelve, como lo hacen las olas, en el seno del acantilado.
Mar del
Plata, 23 de Noviembre de 2012.
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