domingo, 3 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Septuagésimo séptimo Nocturno

Después de sesenta años



El sol acaricia la mañana desde un cielo limpio de nubes.

Pedro, sentado en un banco del muelle de pescadores zambulle su mirada en cada ola que se disuelve en el acantilado. Por algunos instantes se lo ve escuchando con atención y en otros asiente agudamente. En cierto momento, un poco exasperado, responde: “No creas, David, que todo fue ni es tan simple… no siempre podés conseguir lo que querés; aunque si inistís, por ahí, obtenés lo que necesitás”.

El otro dice algo que, por lo visto, toca profundamente a Pedro quien levanta la vista fijándola a un costado del banco y, agitando las manos, responde “… es cierto, David, es cierto. Si la razón deja que la fantasía actúe por su cuenta, la imaginación termina produciendo monstruos imposibles”.

Aníbal, que había bajado a caminar un rato por la playa, regresó y parándose frente a su padre le pregunta extrañado:

- ¿Estás hablando solo, papá?

- Solo no, con David – contestó el hombre.

- ¿David?

- Sí, David, el amigo imaginario de mi infancia. Crecimos juntos pero un día, inexplicablemente, él se fue… o me fui yo, no lo sé… ¡nos reencontramos después de sesenta años! Él se puso demasiado sabio y yo por demás de viejo.

Aníbal menea la cabeza; ríe porque cree que su padre bromea, le apoya la mano en el hombro y dice:

- Vamos, viejo; mamá, los chicos y mi mujer nos esperan para almorzar.

El hombre se para obediente y, sin despegar la mirada del banco, propina una sonrisa de despedida mientras pregunta silenciosamente, como seguramente lo hizo un día en sus años más inocentes, “¿volveremos a encontrarnos, amigo?”…

Pedro y Aníbal se alejan perdiéndose entre la gente.

El sol acaricia el fin de la mañana desde un cielo limpio de nubes.

David se disuelve, como lo hacen las olas, en el seno del acantilado.



 Mar del Plata, 23 de Noviembre de 2012.

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