domingo, 3 de febrero de 2013

Nocturno, en Clave de Ausencia

Octagésimo primer Nocturno
Proverbio japonés

Un amigo japonés de mis años más jóvenes decía: “mejor que mil días de estudio es un día con un gran maestro”. No sé qué fue de él, ya que no lo volví a ver, pero por mi parte continúo buscando a ese maestro que, como suceden muchas cosas en la vida, puede que lo haya encontrado y no lo reconocí como tal. Nunca es tarde para probar suerte si bien no le doy demasiado crédito, a esta altura de mi vida, al azar y por costumbre sigo estudiando…
Esa mañana salí contento y rápido del supermercado que está a una cuadra de mi casa, casi no tuve que hacer cola en la caja para pagar las ofertas del día. Caminé hasta  mi perro, que había dejado atado al caño enterrado en la vereda y que ostenta el cartel “No Estacionar”, lo acaricié y me distraje con él por un momento. Para esto estacioné el changuito - que mi mujer consiguió de oferta en la feria comunitaria del barrio - con todo lo que había comprado, pegado a la puerta de acceso al local. ¡Ay!... ¡Cuando me di cuenta de que un hijo de la gran puta me había afanado el chango!… Puteando, como hacía rato que no puteaba, miré para todos lados y ¡nada!; se lo había tragado la tierra. ¡Encima pegaban fuerte en mi bolsillo las seis botellas de torrontés que pagué al precio de cinco! Me acaricié la cabeza – en la tarde del día anterior pedí a mi nuera, peluquera aficionada, que me pasara “la cero” para que el corte de jubilado durara mes y medio - y los pelitos me pinchaban la palma de la mano derecha (con la izquierda sostenía al perro) dándome una sesión calmante de acupuntura. Un hombre, elegantemente vestido, se acercó y preguntó qué estaba pasando. Le conté que me habían robado a lo que respondió con las trilladas frases: “Qué barbaridad, cómo se vive hoy en día. Hay que cuidarse con todo y de todos”. No sirvió de mucho el comentario pero, en fin, el tipo había mostrado al menos un gesto de preocupación al verme tan enojado como estaba. Sostenía fuertemente un sobre grande de cuero y dijo: “Ud. disculpe; sé que está preocupado por lo que le pasó, pero ¿no sabe de alguien que quiera comprar una Notebook completita y con muy poco uso?” Le respondí que no tenía la más pálida idea. El hombre siguió diciendo: “Mire, la tengo aquí”. Abrió el sobre mostrando un hermoso equipo. En realidad la unidad se veía enterita y cuidada. Enseguida la guardó. “Y, ¿cuánto pide Ud.?”, le pregunté. “La vendo de apuro… por mil doscientos mangos la largo”, contestó. Esperé un rato, lo miré a los ojos y al parecer esperaba una oferta de mi parte. “Le doy mil”, le dije. El tipo meneó ligeramente la cabeza y preguntó: “¿Los tiene Ud.?” Le respondí que encima no, pero que si aguardaba un momento iba hasta el cajero automático del Banco, a una cuadra, y se los traía. Medio dudó, pero después dijo: “Bueno, déle, lo espero. Déjeme al perro, se lo cuido”. Primero titubeé, pero después le vi cara de honesto y acepté la propuesta.
Dejé al pobre perro con el hombre y fui hasta el Banco, extraje del cajero los mil pesos y regresé rápidamente. Al verme llegar sonrió y dijo: “No se va a arrepentir, va a ver. Es una pichincha y me hace un gran favor. Aparte recupera más de lo que perdió con el robo del changuito, ¿no le parece?”. Asentí, le pagué y el tipo me entregó el sobre de cuero y al perro que, contento, movía la cola. Tras darme una suave palmada se fue caminando, sin mayores apuros, guardándose los diez billetes de cien pesos en el bolsillo del pantalón. Quedé mirándolo hasta que despareció al doblar en la esquina. “Bueno, no hay mal que por bien no venga” le comenté al chicho y juntos nos fuimos para mi casa.
Entré y mi mujer estaba esperando preocupada. Me preguntó con pocas pulgas: “¿Dónde te quedaste?” Por ahí se dio cuenta de que había vuelto sin el changuito y siguió: “¿Y lo que te encargué?”. “Me robaron el chango con todo lo que compré y la puta madre que lo parió”; me apuré a responderle. “¿Cómo que te robaron las cosas?”, dijo, y continuó: “¡Seguramente las dejaste solas y te pusiste a pavear con el perro!” No le contesté y mientras seguía rezongando salí al patio a soltar al chicho. Dejé el sobre de cuero arriba de la mesada de la parrilla y entre tanto mi mujer se hacía oír diciendo: “¡¿Qué habrá traído en ese sobre de cuero?!… Mejor me voy porque si no lo mato. No se le puede mandar a hacer nada, ¡por Dios! ¡Espero que no haya gastado, sin consultarme, en alguna porquería inútil de esas que siempre se le ocurre!”… y salió a la calle. Cuando estuve seguro de que no regresaría abrí, entusiasmadísimo, el sobre y grande fue mi sorpresa cuando en su interior encontré un montón de panes de jabón de tocador muy compactamente arregladitos que perfumaban el aire de alrededor…
“¡¡¡Ay, ay, ay; tragáme tierra…!!!”, grité, acordándome de aquel amigo japonés y su proverbio: “mejor que mil días de estudio es un día con un gran maestro”.

Mar del Plata, 02 de Febrero de 2013.

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