domingo, 3 de febrero de 2013

Nocturnos, en Clave de Ausencia

Septuagésimo octavo Nocturno


FRUTA AMARGA
[Semblanza de una calle de barrancas, a principios de la década de 1960, con amores de estudiantes].

La noche envuelve con pereza las sombras y los silbidos del silencio se hacen más agudos con las imágenes fantasmales del tiempo.
Se ha ido.
¡Son tantas las noches en que partió, y de espera, que el regreso escarba lejano!
El cuadro huele a suaves perfumes evaporados de una subida nacida en la profundidad de otra calle en bajada que, acariciando casas viejas, muere ahogada en la greda del río.
En el dibujo, una bombilla amarillenta oscila al borde de la escalera que desciende a enrollarse en las bobinas de papel; las voces de los estudiantes se mezclan con el jadeo invernal; los alientos se condensan regando la acera húmeda; una vereda se esconde en las lazadas y puntos del crochet de telarañas de épocas; la arteria, palpitante, guarda secretos de pibes temerosos al “no” de alguna pretendida novia; amores que el tiempo dejó en el recuerdo y de otros que los años mantuvieron juntos.
Por esa calle se llegaba hasta la fatigosa y asmática usina del pueblo. Por esa calle se enmarcaron surcos de bicicletas cargadas de obreros camino a las fábricas. Por esa calle noviamos y en ella aún, en las noches frías, las naranjas maduran amargas en los naranjos descuidados.
Todo no es más que hielo derretido; momentos robados a la suerte y de años locos con saetas voladoras que no se aprendieron a esquivar.
La calle perezosa, con resabio a fruta amarga, aguarda.
Se ha ido.
¡Son tantas las noches en que partió, y de espera, que el regreso escarba lejano!

Mar del Plata, 16 de agosto de 2012.

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