FRUTA AMARGA
[Semblanza de una
calle de barrancas, a principios de la década de 1960, con
amores de estudiantes].
La noche envuelve con pereza las sombras y los silbidos del
silencio se hacen más agudos con las imágenes fantasmales del tiempo.
Se ha ido.
¡Son tantas las noches
en que partió, y de espera, que el regreso escarba lejano!
El cuadro huele a suaves perfumes evaporados de una subida
nacida en la profundidad de otra calle en bajada que, acariciando casas viejas,
muere ahogada en la greda del río.
En el dibujo, una bombilla amarillenta oscila al borde de la
escalera que desciende a enrollarse en las bobinas de papel; las voces de los estudiantes
se mezclan con el jadeo invernal; los alientos se condensan regando la acera húmeda;
una vereda se esconde en las lazadas y puntos del crochet de telarañas de
épocas; la arteria, palpitante, guarda secretos de pibes temerosos al “no” de
alguna pretendida novia; amores que el tiempo dejó en el recuerdo y de otros que
los años mantuvieron juntos.
Por esa calle se llegaba hasta la fatigosa y asmática usina del
pueblo. Por esa calle se enmarcaron surcos de bicicletas cargadas de obreros camino
a las fábricas. Por esa calle noviamos y en ella aún, en las noches frías, las
naranjas maduran amargas en los naranjos descuidados.
Todo no es más que hielo derretido; momentos robados a la
suerte y de años locos con saetas voladoras que no se aprendieron a esquivar.
La calle perezosa, con resabio a fruta amarga, aguarda.
Se ha ido.
¡Son tantas las noches
en que partió, y de espera, que el regreso escarba lejano!
Mar del Plata, 16 de
agosto de 2012.
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