martes, 28 de septiembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo sexto nocturno


Hay momentos en los que supongo que existe un reloj que, vaya a saber en qué tiempo, dejé olvidado en una parte de la vida y que alguna mujer, despreocupadamente y sin conocerme a ciencia cierta, encontró. Un reloj que ella arrojó lejos haciendo rebotes zigzagueantes en el agua, dejándolo hundir en el río, en lo más profundo del Paraná de las Palmas. Ahora; un reverso, en jirones de palabras tejidas en mi cabeza, dice que quizás no fue tan así, que puede ser que aún existan pétalos de tiempo que caen, incomprensiblemente, desde algún raro lugar del cielo... pero en ese jirón de vida que se arrastró pasando por quién sabe qué otros laberintos de tiempo, alguien recoge esos pétalos y los arma dándole la forma de una rosa... una rosa roja con sensaciones de lengua, gustada y de fuego, ¿por qué no?... una rosa apoyada a los pies desnudos de una época que no está en ningún sitio extraño de cielo... confusamente, algo me dice que hay un espacio caminado... territorio de caminos de piedras mezcladas con cascotes de tierra, en la tierra polvorienta de los caminos que nadie ha caminado... Quizás; si me zambullo de golpe en el río desde el borde de la otra cara del puente que nadie conoce tan bien como yo, encuentre mi reloj; el reloj perdido que seguramente estará detenido y oxidado, sin haber marcado ni por un solo segundo el paso del tiempo.

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