martes, 28 de septiembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo sexto nocturno


Hay momentos en los que supongo que existe un reloj que, vaya a saber en qué tiempo, dejé olvidado en una parte de la vida y que alguna mujer, despreocupadamente y sin conocerme a ciencia cierta, encontró. Un reloj que ella arrojó lejos haciendo rebotes zigzagueantes en el agua, dejándolo hundir en el río, en lo más profundo del Paraná de las Palmas. Ahora; un reverso, en jirones de palabras tejidas en mi cabeza, dice que quizás no fue tan así, que puede ser que aún existan pétalos de tiempo que caen, incomprensiblemente, desde algún raro lugar del cielo... pero en ese jirón de vida que se arrastró pasando por quién sabe qué otros laberintos de tiempo, alguien recoge esos pétalos y los arma dándole la forma de una rosa... una rosa roja con sensaciones de lengua, gustada y de fuego, ¿por qué no?... una rosa apoyada a los pies desnudos de una época que no está en ningún sitio extraño de cielo... confusamente, algo me dice que hay un espacio caminado... territorio de caminos de piedras mezcladas con cascotes de tierra, en la tierra polvorienta de los caminos que nadie ha caminado... Quizás; si me zambullo de golpe en el río desde el borde de la otra cara del puente que nadie conoce tan bien como yo, encuentre mi reloj; el reloj perdido que seguramente estará detenido y oxidado, sin haber marcado ni por un solo segundo el paso del tiempo.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo quinto nocturno


Aseguran, los estudiosos del asunto, que los sueños pertenecen a uno de los tantos universos paralelos que se mezclan y compiten con el nuestro; específicamente, a ese en el que el tiempo corre más rápido.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo cuarto nocturno


Al final de cuentas y cuando las cuentas cierran las sumas, queda una notable ecuación irresoluta en el perfil de la lógica que es dilucidar por qué hay baladas de otoño que se recitan en primavera cuando hay más canciones de primavera que se amarillean en otoño.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo tercer nocturno

Septiembre... extraño el ciruelo y la glicina que abriendo su azul lo trepaba florecido, allá, en la casa de mis padres. Extraño la ventana de la cocina desde donde miraba todo eso por las mañanas, en horas tempranas, sorbiendo los mates que cebaba el viejo. Los azahares y el ambiente, más que de flores parecía un fantasma de nieves nuevas y viejas. Extraño el patio en el que jugaba con mi amigo, o el hermano imaginario, a las bolitas; pidiendo siempre “¡hoyo, antes de la quema!”. Mi madre aún me llama niño para que me despida de mi padre que salía para el trabajo, en la fábrica de papel. Todavía recojo los azahares y las flores, que caen del ciruelo y la glicina, en mis sueños. El recuerdo se materializa cuando el pecho me molesta. Siento las manos de mis nietos que me acarician y el dolor pasa. Después, imagino que miro por la ventana de aquella cocina que hoy disfruta un extraño inquilino y añoro. Es parte indisoluble de la vida porque, todavía, queda un niño con pesadillas nocturnas que se convierten en sueños dulces cuando transcurre septiembre...

martes, 21 de septiembre de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo segundo nocturno


Te miro igual que en el último otoño, esquivándome la mirada. Sigues siendo y viéndote niña y yo, algo más anticuado... por mí no sabrás nunca que deseo ser más joven, aunque... alguien me confió que lo dijiste... que querrías ser un poco más vieja.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo primer nocturno


En la madrugada, pasando por el viejo café, sentados a la mesa que da al ventanal los sorprendí... Los vi viejos y amantes... ¡Eran aquellos de quienes tanto hablaron!... Los vi bajar sus cabezas con las mismas fuerzas con que sus lágrimas caían sobre el mantel... Era casi el alba y, además, tarde.

Nocturnos, en clave de ausencia

Quincuagésimo nocturno

Huelo y oigo el silencio. ¿O es que acaso el silencio no tiene por qué tener perfumes y ruidos? La fragancia y el murmullo del silencio reproducen el tiempo pasado enmascarándolo con aromas y ecos que jamás se ajustan al presente.

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo noveno nocturno


No sé en qué recodo nacen, ni en que rincón se esconden esas cosas por las que el universo nos atraviesa... lo que sí sé es que nunca mueren, ¡son eternas! Y siempre reaparecen. Nadie, por más fuerza que tenga, puede arrojarlas lejos porque... porque son un boomerang. Las cosas y las causas vuelven con toda su masa... con todo el peso en unidades de dolor a través de la inercia de las tristezas.
¿Por qué será que son tan pocas las alegrías pintadas en la tela del vestido de la vida? Supongo que la estampa la confecciona el Cosmos; porque en él hay demasiados e inmensos espacios fríos que destemplan estrellas... ¡Sí, claro que sí!, Indefectiblemente, así es la tela del vestido de la vida.
En la mañana, posiblemente, me olvide de estos pensamientos... y mis cosas del insomnio, ¿por qué, no?, quedarán flotando escondidas en el recodo del universo de estos nocturnos en clave de ausencia.