lunes, 12 de julio de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo segundo Nocturno

Chicos de ciudades.
Indios montados en palos de escobas surcando calles con adoquines.
Caritas maquilladas con rayas de pétalos de rosas sobre sombras de corchos quemados.
Vinchas de guerreros. Jirón del delantal de una abuela sosteniendo las plumas arrancadas a un gallo colorado.
¡Arcos, flechas y lanzas de mimbre!
Momentos de llamas amarillentas bailoteando en hornallas de cocinas a querosén, tiznando pavas. Mateadas de adultos sosteniendo sonrisas tibias o tristezas ásperas. Repasadores toscos envolviendo asas de vasijas de vida. Recipientes viejos llenos del vacío sigiloso del que nacen las estrellas. Ayer romántico desprovisto del condimento que aún le falta al hoy. Sabor dulce que es parte del sueño que amarga la boca cuando suena el despertador.
Programas de radio donde las cosas eran lindas porque enlataban aventuras.
Indios que esperaban ocultos detrás de los plátanos el paso de ese carro de lechero, verdulero o panadero que, yéndose un día, dejó un tótem imaginario por donde subían y bajaban las tristezas de los pibes y los recuerdos de los pueblos.
¡Ya no hay carros para atacar! ¡Ni siquiera están sus huellas! Pero siguen creciendo chicos, indios que juegan en ese silencioso vaivén de las cosas perdidas saboreando los dulces sueños que noche por noche, entre madreselvas y campánulas pernoctando bajo el asfalto, se confabulan con las piedras y el polvo...
¡Arrimáte, chico! Bajáte del viejo palo de escoba, despintáte la cara y guardá la vincha.
El indio ya creció y duerme poco...
Es cosa de esperar pacientemente que suene, algo distinto dentro del armazón silencioso, el despertador...

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