miércoles, 4 de agosto de 2010

Nocturnos, en clave de ausencia

Cuadragésimo sexto nocturno


No sé por qué; pero, a veces, el barrio me pega duro. Debe ser porque supone que, por ahí, uno se va y, después, no vuelve... ¡es cierto!... ¡muchos lo han hecho!
Cuando regreso al barrio y lo presiento malhumorado pienso que es de cascarrabias, por reconocerse viejo... no sé... pero desde hoy, cada vez que cruce la calle de mi casa o que arranque en la bicicleta le diré un hasta luego empalagosamente risueño... aunque me agobien las cosas de los tiempos. ¡Lo pensé bien! y, saben ¿qué?; si algún día los malvones y las flores, que dañinamente, robé de pibe se evaporan en el incienso de la maestra olvidada, o de la novia pretendida, o de la moneda sacada a la abuela o del permiso de mamá y... te lo juro, barrio mío; si existe un error probabilístico de que me haga mentiroso, será por alguna de esas inecuaciones que no entendí de tu escuela... de esas cosas inocentes, inescrupulosas, que sin querer serlo se parecen a las falsas promesas que nos enseñaron a hacer los del otro barrio; esos del centro... porque ¿así se vive, viste?... te juro que será porque la calle me disuelve en su época... pero, eso sí, ¿eh?; si me ocurre algo, o muero, fuera de tu territorio, te prometo volver hecho el fantasma que esperás… y tendrás que dejarme ocupar el mismísimo, silencioso, lugar que le das a los otros que, sin querer hacerlo, se fueron...

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