Mañana
de otoño
(Jueves 12 de abril de 2012,
después de la siesta y… cualquier similitud con una historia real es pura
coincidencia… qué sé yo, aclaro no más…)
No sé por qué me pasan algunas cosas…
La mañana de otoño estaba fresca y se me ocurrió
caminar para hacer un poco de ejercicio mientras escuchaba, por los auriculares
del MP3, unos buenos tangos de mi vieja colección. La plaza del barrio es un
buen lugar para hacerlo. Le habían hecho las veredas nuevas hacía poco tiempo
atrás y se podía andar con seguridad y ligero, como para bajar algo el abdomen
que crece tanto como los pelos que asoman en cualquier lugar y no justamente en
la cabeza.
Crucé al peluquero que iba apurado a abrir su local y
me causó gracia ya que hacía tiempo que no lo visitaba. Digo que es gracioso
porque hasta hace algún tiempo atrás, algo más de un año, me miraba para
comprobar que no fuera a cortarme al otro barrio. Ya no me observa porque la
rodilla natural que uso de gorro lo dice todo. Es impresionante como pierdo el
pelo en estos últimos tiempos. Me dijeron de hacer enjuagues con abundante té
de ortiga pero no me da por hacer caso a esas cosas. Como bien dicen, el piso y
los hombros son los únicos que detienen la caída del pelo cuando te ataca la
calvicie.
La cuestión es que llegué a la plaza, que se veía
amarilleada con las hojas de abril que caían de los plátanos, y unos cuantos
madrugadores del barrio estaban sentados disfrutando el fresco mañanero en los
bancos de madera que, por cierto, son los más cómodos ya que tienen respaldo. Calculé
cuántos viejos como yo tendría que saludar en la primera vuelta y enfilé en
sentido contrario a las agujas del reloj; en Física eso indica un giro de
momento positivo.
Hice apenas los primeros cien metros de la manzana y
estaba por doblar en la primera esquina cuando un tipo me pasó trotando por el
lado del cordón de la calle. Vaya a saber para donde iba tan apurado. Lo puteé por
lo bajo porque me sorprendió e hizo que perdiera el ritmo de la caminata. Para
ese momento ya llevaba saludados a tres vecinos jubilados de la fábrica de
jabones que, desde hace más de treinta años, da trabajo a la gente del pueblo.
Cuando terminaba de caminar otra cuadra, y antes de
girar, un perro vagabundo, sucio, que venía a mi encuentro comenzó a ladrar.
Miré hacia atrás y distingo a un adolescente que se acercaba a todo trapo en
patineta. La cuestión es que el animal no sabía si tirarle el tarascón al pibe
o a mí; y entre mocoso y can casi me hacen caer. El skayter bajó el cordón de
la vereda hacia la manzana de enfrente mientras el sabueso lo perseguía y por
ahí se perdieron. Otra vez me habían hecho cambiar el ritmo de la caminata. Volví
a putear pero después me distraje pensando que ya llevaba saludados a cinco
viejos ociosos pero a ninguna mujer.
Hice la tercera cuadra de mi caminata y no encontré a
ninguno para saludar y nada ni nadie me sorprendieron, por lo que mantuve el
ritmo del ejercicio.
Doblé para cerrar el circuito en la cuarta cuadra de
la plaza cuando observé que enfrente estaban descargando pan fresco donde es la
mejor despensa del pueblo.
Al diablo con la caminata, pensé, me desenchufé los
auriculares guardándolos en el bolsillo del pantalón y crucé para comprar algo
porque me había dado hambre.
Hice preparar un buen sánguche de jamón crudo serrano
y queso a lo que agregué un buen vaso de plástico con gaseosa. Pagué y regresé
a la plaza. Me senté en uno de los cómodos bancos de madera con respaldo, apoyé
la bebida en el asiento y mientras desenvolvía el exquisito emparedado vi que
pasaban apurados los cinco viejos jubilados, que me saludaron de a uno. La
próstata, pensé. Cuando estaba por dar el primer mordiscón pasó corriendo el
tipo que me había cruzado en la primera cuadra, detrás de él el pibe en
patineta y el perro que los perseguía. El animal cuando me vio se paró de golpe
y yo también lo miré quedándome estático. Vino hacia mí, se apoyó en el banco,
volcó el vaso de gaseosa, le pegó una furibunda lamida al sánguche y me lo
arrebató. Quedé mirando cómo se comía lo que debería haber sido mi colación mañanera…
De vuelta para mi casa pasé por la peluquería del
barrio y me senté a esperar para que me rasurasen y…
¡¡¡Ah!!!, ¿aún no les dije que esa fue mi primera
mañana de docente solterón jubilado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario