domingo, 3 de junio de 2012

Nocturnos, en clave de ausencia

Septuagésimo quinto nocturno

Mañana de otoño

(Jueves 12 de abril de 2012, después de la siesta y… cualquier similitud con una historia real es pura coincidencia… qué sé yo, aclaro no más…)

No sé por qué me pasan algunas cosas…
La mañana de otoño estaba fresca y se me ocurrió caminar para hacer un poco de ejercicio mientras escuchaba, por los auriculares del MP3, unos buenos tangos de mi vieja colección. La plaza del barrio es un buen lugar para hacerlo. Le habían hecho las veredas nuevas hacía poco tiempo atrás y se podía andar con seguridad y ligero, como para bajar algo el abdomen que crece tanto como los pelos que asoman en cualquier lugar y no justamente en la cabeza.
Crucé al peluquero que iba apurado a abrir su local y me causó gracia ya que hacía tiempo que no lo visitaba. Digo que es gracioso porque hasta hace algún tiempo atrás, algo más de un año, me miraba para comprobar que no fuera a cortarme al otro barrio. Ya no me observa porque la rodilla natural que uso de gorro lo dice todo. Es impresionante como pierdo el pelo en estos últimos tiempos. Me dijeron de hacer enjuagues con abundante té de ortiga pero no me da por hacer caso a esas cosas. Como bien dicen, el piso y los hombros son los únicos que detienen la caída del pelo cuando te ataca la calvicie.
La cuestión es que llegué a la plaza, que se veía amarilleada con las hojas de abril que caían de los plátanos, y unos cuantos madrugadores del barrio estaban sentados disfrutando el fresco mañanero en los bancos de madera que, por cierto, son los más cómodos ya que tienen respaldo. Calculé cuántos viejos como yo tendría que saludar en la primera vuelta y enfilé en sentido contrario a las agujas del reloj; en Física eso indica un giro de momento positivo.
Hice apenas los primeros cien metros de la manzana y estaba por doblar en la primera esquina cuando un tipo me pasó trotando por el lado del cordón de la calle. Vaya a saber para donde iba tan apurado. Lo puteé por lo bajo porque me sorprendió e hizo que perdiera el ritmo de la caminata. Para ese momento ya llevaba saludados a tres vecinos jubilados de la fábrica de jabones que, desde hace más de treinta años, da trabajo a la gente del pueblo.
Cuando terminaba de caminar otra cuadra, y antes de girar, un perro vagabundo, sucio, que venía a mi encuentro comenzó a ladrar. Miré hacia atrás y distingo a un adolescente que se acercaba a todo trapo en patineta. La cuestión es que el animal no sabía si tirarle el tarascón al pibe o a mí; y entre mocoso y can casi me hacen caer. El skayter bajó el cordón de la vereda hacia la manzana de enfrente mientras el sabueso lo perseguía y por ahí se perdieron. Otra vez me habían hecho cambiar el ritmo de la caminata. Volví a putear pero después me distraje pensando que ya llevaba saludados a cinco viejos ociosos pero a ninguna mujer.
Hice la tercera cuadra de mi caminata y no encontré a ninguno para saludar y nada ni nadie me sorprendieron, por lo que mantuve el ritmo del ejercicio.
Doblé para cerrar el circuito en la cuarta cuadra de la plaza cuando observé que enfrente estaban descargando pan fresco donde es la mejor despensa del pueblo.
Al diablo con la caminata, pensé, me desenchufé los auriculares guardándolos en el bolsillo del pantalón y crucé para comprar algo porque me había dado hambre.
Hice preparar un buen sánguche de jamón crudo serrano y queso a lo que agregué un buen vaso de plástico con gaseosa. Pagué y regresé a la plaza. Me senté en uno de los cómodos bancos de madera con respaldo, apoyé la bebida en el asiento y mientras desenvolvía el exquisito emparedado vi que pasaban apurados los cinco viejos jubilados, que me saludaron de a uno. La próstata, pensé. Cuando estaba por dar el primer mordiscón pasó corriendo el tipo que me había cruzado en la primera cuadra, detrás de él el pibe en patineta y el perro que los perseguía. El animal cuando me vio se paró de golpe y yo también lo miré quedándome estático. Vino hacia mí, se apoyó en el banco, volcó el vaso de gaseosa, le pegó una furibunda lamida al sánguche y me lo arrebató. Quedé mirando cómo se comía lo que debería haber sido mi colación mañanera…
De vuelta para mi casa pasé por la peluquería del barrio y me senté a esperar para que me rasurasen y…
¡¡¡Ah!!!, ¿aún no les dije que esa fue mi primera mañana de docente solterón jubilado?

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